Opinión

Basta de aporofobia

Por: Julio C. Navarro Falconí

90 años atrás Ortega y Gasset señaló que, “cuando una nación es grande, es buena también su escuela. No hay nación grande si su escuela no es buena. Pero lo mismo debe decirse de su religión, de su política, de su economía y de mil cosas más. La fortaleza de una nación se produce íntegramente. Si un pueblo es políticamente vil, es vano esperar nada de la escuela más perfecta”.

El Perú no solo no tiene buenas escuelas ni condiciones mínimas para educar de verdad a nuestros hijos, vivimos en un país con empleo precario, con subempleo similar a la esclavitud, con services, con informalidad, con abusivos turnos de 12 horas de trabajo diario por sueldos miserables, un país donde el sistema de pensiones y AFP condenan a nuestros viejitos a la pobreza y la mendicidad, y los que ni siquiera reciben una pensión son el vivo y triste testimonio del olvido del Estado de los más vulnerables, de los excluidos, de los invisibles, de los que Adela Cortina señala como las víctimas de la aporofobia, es decir, víctimas del miedo y odio a los pobres y a los desvalidos.

Esa aporofobia que hoy promueve alguna prensa que hace del miedo su mejor argumento para justificar su parcializado deseo de mantener el mismo modelo económico y político que, por lo que conozco hace cuarenta años, nos ha condenado a la “primacía” del mercado como si fuera el único camino a seguir, pero la realidad es otra; por ejemplo, acaso no son los bancos unos usureros con privilegios, acaso no es la minería una “actividad económica” que no ha cambiado la realidad de las regiones más pobres del Perú, acaso la actual educación no ha producido bárbaros profesionales incultos, parafraseando a Ortega y Gasset, acaso la privatización de la salud no ha cambiado su finalidad por la rentabilidad.

Los gobiernos en cuatro décadas han sido incapaces de mejorar la agricultura, la infraestructura, la investigación científica, la salud, la educación, el empleo y la dignidad de la mayoría de peruanos que hoy se dedican a trabajar, de sol a sol, para sobrevivir con sus familias, hombres y mujeres que miran con hartazgo las grandes brechas sociales que cada vez se agudizan más, peor aún, en tiempos de pandemia.

Ya basta de aquella estupidez que busca perpetuar un modelo sin humanidad, la realidad lo evidencia. Personalmente me resisto a ser un aporófobo, al contrario, creo que es momento de construir puentes, de aceptar nuestra ceguera y de ponerse a trabajar para sacar adelante al Perú, para acortar las grandes brechas que nos han condenado a la pobreza humana y moral, hoy claramente manifiesta, tristemente.

(*) Periodista

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