Opinión

Aquí no pasa nada

Por: Juan Sheput Moore

Los sucesos extremos traen grandes lecciones. Una de ellas, la más común, es que sacan a la luz nuestras vulnerabilidades o debilidades. La pandemia, por ejemplo, nos demostró que estamos lejos de ser un país desarrollado y que nuestros servicios públicos no tenían nada de eficientes ni previsores. Más recientemente, la muerte del genocida Abimael Guzmán, arrojó, cual vómito negro, nuestra profunda crisis de confianza y el nivel paupérrimo de nuestra institucionalidad.

Anunciada la muerte del terrorista, por parte de una entidad perteneciente a la Marina de Guerra, empezó la duda. Queremos ver el cuerpo, puede ser una trampa, no se puede confiar en este gobierno, fueron algunas de las exigencias que invadieron las redes sociales. Se reclamaba que se viera el cuerpo para luego incinerarlo para así evitar que surja algún mito o culto pero a la vez se ignoraba que atribuyendo un carácter maquiavélico al gobierno y al propio destino del cuerpo del fallecido se contribuía justamente a esa mitificación. Pasaron los días con esta discusión como protagonista, lo cual permitió que reales problemas no estuvieran en agenda y que más bien la discusión estéril sobre el destino de los restos del terrorista sirvieran como elemento distractivo. En el Perú de hoy existe una profunda crisis de desconfianza que va a repercutir en cualquier tipo de desarrollo humano o sectorial.

Este tipo de situaciones le facilita al gobierno que discurra su accionar sin mayores cuestionamientos de fondo. La ausencia de un debate público, con políticos, le permite al gobierno tontear a los ciudadanos o manipular a la opinión pública. Que el debate público haya derivado en un simple desfile de opinólogos, sin más experiencia que la reciente cátedra universitaria, permite que el gobierno ponga en una mecedora a la ciudadanía. Para muestra un botón. Ante la afirmación del premier Bellido de que no estaba en manos del gobierno el decidir si se incinera o no el cuerpo del genocida, el Congreso calló y la opinología aceptó. En la otra orilla, políticos con experiencia decían en las redes sociales que bastaba con un Decreto Supremo (del Ejecutivo, por supuesto) para incinerar los restos de Guzmán. Pero ese dato no llegó a la agenda de discusión pública porque los medios no convocan a políticos. Le facilitó la ambigüedad y la mecedora al gobierno. Sin nadie de peso que los cuestione, el gobierno hace lo que quiere.

Por eso, entre otras causales, es que Pedro Castillo sigue subiendo en la preferencia ciudadana. Porque no hay control político, porque no hay cuestionamientos firmes, porque no hay crítica directa sino querendona, de aquella que no busca ni quiere hacerse problemas. Estamos sufriendo el legado de Vizcarra: una política sin dientes permite que un gobierno de ineptos y corruptos como el de Castillo se consolide pues simplemente no pasa nada.

(*) Excongresista de la República

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

Related Articles

Agregue un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

Back to top button