Opinión

Cartas desde Brasil

Por: Julio Ugo Santander

Escribo ahora que la muerte nos acecha a todos, los parientes que sobreviven a la pandemia son un alivio. Sin embargo, las redes sociales se han convertido prácticamente en un obituario. Escribo estas líneas porque la Fundación Oswaldo Cruz, una institución de prestigio en el campo de ciencia brasileña, declaró que nos encontramos en la mayor crisis sanitaria de la historia, crisis por cierto alentada por el presidente. Cuando comenzó la pandemia, el país alcanzó en un año, una media diaria de mil fallecidos por COVID-19, un año después la media sobrepasó los dos mil fallecidos, sólo ayer fallecieron 3780 personas. Se prevé que en breve llegaremos a los 400 mil decesos.

Bolsonaro declara a todas esas familias que paren de lloriquear. Y es que quien gobierna es contrario al uso de mascarillas, personalmente promueve aglomeraciones, fue omiso en la adquisición de vacunas y obstaculizó como pudo la adquisición de las mismas por otras autoridades. Hace apología al uso de medicamentos que no tienen eficacia y hasta no hace dos semanas, un general sin experiencia comandó el Ministerio de Salud. La pandemia se ha agudizado en todo el Brasil, lo que nos ha convertido en una amenaza global. Un territorio favorable para la mutación. Por eso la variante o cepa brasileña resulta quizás la más agresiva y letal.

Algunos países de América Latina ya fuimos gobernados por desequilibrados. La maldad de Leonidas Trujillo es descrita magistralmente por Vagas Llosa, cuando aquél ejecutaba a sus opositores de las formas más descarnadas. Hoy no hay literatura que describa el asesinato de forma aleatoria, de forma deliberada y sistemática, la apología constante a la muerte y su conspiración a cualquier medida racional que sea restrictiva e impida la multiplicación de infecciones.

Pero aquello que parece irracional en realidad tiene método y busca alcanzar dos objetivos, el primero: beneficiarse políticamente a costa de la tragedia que acongoja al país. Mientras una sociedad sea sometida al terror o se muestre prolongadamente vulnerable en el tiempo, menos incentivos tendrán sus ciudadanos para cuestionar las relaciones de poder en que se estructura la sociedad.

El segundo: llevar al país a una guerra civil. Se ha vuelto un territorio común la organización de grupos de amplificación del odio. Existe una iniciativa del gobierno de armar a sus seguidores bajo el supuesto de fortalecer la seguridad ciudadana. Armar a las personas no solo representa un problema ético y social, sino que exhibe una situación más peligrosa, que la distancia es corta para crear un problema de índole político. Todo esto bajo el barniz ideológico de quienes se denominan los defensores de la patria (militares) y la fe cristiana (grupos religiosos conservadores).

(*) Profesor asociado de la Universidad Federal de Goiás/ Brasil. Posdoctor en Ciencia política por la LUISS/Italia

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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