
Algo grave está pasando con la educación peruana. El asunto va más allá de los títulos de Azángaro y los diplomados entregados por institutos sin que el alumno reciba clases ni virtuales ni digitales. Primero se filtraron los exámenes para el nombramiento docente; ahora pasa lo mismo con las pruebas del proceso de admisión de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Decana de América. No solo asombra la vocación de los ciertos funcionarios públicos por lo inescrupuloso y vedado, sino también la facilidad de los postulantes para incurrir en acciones fraudulentas con tal de lograr su objetivo.
Lo más grave es que estas acciones están vinculadas a la educación en sus diversas fases, desde cuando se postula para seguir una carrera universitaria hasta la etapa en que una persona, ya profesional, trata de conseguir una plaza laboral o lograr un ascenso si ya está trabajando. El poeta inglés Alexander Pope afirmaba: “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. Así, el postulante que compra un ingreso a la universidad o el profesional que usa un certificado “bamba” para ganar un puesto, tendrá que desplazarse sobre esa cuerda floja que es no tener una preparación académica idónea para desempeñar tal o cual labor, de tal manera que en el camino muchas otras veces tendrá que recurrir al engaño.
En realidad, se trata de una cadena de actos reñidos con valores como la honradez, la decencia, la sinceridad y otros, que son indispensables no solo para desempeñar con propiedad una actividad laboral, sino para propia vida personal y social. Esta sería una de las razones por las que hay tanta corrupción en los organismos públicos en todos los niveles, desde el empleado de menor rango hasta los círculos ejecutivos y gerenciales.
Y es más triste esta realidad porque cada vez más son los jóvenes que, luego de tener una preparación inconsistente e insuficiente, ingresan al mundo laboral en una condición de vulnerabilidad que los hace proclives a caer en nuevas mentiras, nuevos engaños, nuevas estafas. Basta pararse en la puerta de una universidad — sea pública o privada— y hacerles algunas preguntas sencillas a los estudiantes para saber el deficiente nivel de preparación que ostentan. No son todos, pero sí muchos. Una pena. Porque lo digo y escribo siempre lo firmo.