
Nuestro Perú es un país históricamente privilegiado por muchas razones: una cultura milenaria; un territorio con una ubicación geopolítica estratégica; regiones geográficamente diversas, con una riqueza natural y climatológica singular en costa, sierra y selva; una biodiversidad notable en los reinos animal, vegetal y mineral, con potencialidades aún no aprovechadas plenamente; y una mixtura étnica y cultural que requiere mejor gestión.
Frente a este panorama excepcional, debemos reconocer que, a lo largo de nuestra historia, hemos tenido gobiernos que no han estado a la altura de las circunstancias. En el marco de un sistema democrático imperfecto, no se han priorizado los intereses nacionales ni se ha gestionado adecuadamente el potencial del país. Esto ha impedido que el Perú alcance el desarrollo propio de una nación del Primer Mundo.
El actual gobierno no es la excepción. Carece de un rumbo claro, de políticas de Estado bien diseñadas y ejecutadas, y de una visión compartida que trascienda los cambios de administración. A mediados de 2025, el Perú no ha superado la crisis política iniciada en 2017; por el contrario, ha normalizado la inestabilidad como parte de su paisaje institucional.
Desaciertos del gobierno de Boluarte
– Falta de liderazgo político y escasa comunicación: La presidenta ha evitado conferencias de prensa y entrevistas, optando por una gestión tecnocrática, distante y poco transparente. Su gobierno carece de una narrativa clara y de una hoja de ruta para enfrentar la crisis de legitimidad.
– Alianzas frágiles con el Congreso: Su supervivencia política ha dependido del respaldo parlamentario, a costa de permitir leyes que debilitan organismos autónomos o favorecen intereses particulares, dañando aún más la imagen del Ejecutivo.
– Nombramientos cuestionables: La designación de ministros con antecedentes penales, escasa experiencia o vínculos clientelistas ha debilitado la promesa de gobernar con honestidad.
– Ausencia de reformas estructurales: Pese a los pedidos ciudadanos de cambio —reforma de partidos, renovación del Congreso, elecciones adelantadas— el gobierno ha optado por una estrategia conservadora, priorizando su permanencia.
– Gestión de crisis errática: La respuesta ante desastres naturales, sismos o escándalos de corrupción ha sido tardía o ineficaz, profundizando la percepción de desgobierno.
La democracia disgregada: 40 precandidatos para 2026
Con miras a las elecciones de 2026, más de 40 precandidatos presidenciales han expresado su intención de postular. Este fenómeno no refleja pluralidad democrática, sino fragmentación extrema y desconfianza en las estructuras políticas. Muchos provienen de movimientos regionales o plataformas improvisadas, mientras que los partidos tradicionales están debilitados. Figuras mediáticas, militares retirados, empresarios y líderes religiosos se presentan sin propuestas programáticas sólidas. Este escenario advierte un riesgo real: que el próximo gobierno sea elegido con escasa base de representación, repitiendo el ciclo de debilidad e ingobernabilidad que ha marcado los últimos años.
¿Debemos resignarnos a este panorama? La falta de liderazgo en las organizaciones políticas no cambiará en un año, pero sí puede cambiar la actitud de los ciudadanos. Es momento de ejercer un voto consciente, informado y responsable, y dejar de delegar nuestro futuro a ciegas.
Finalmente —y esta es una opinión personal— se impone adelantar democráticamente los acontecimientos. De no hacerlo, podríamos encaminarnos al despeñadero. La vacancia presidencial es una opción legítima ante un escenario complejo y peligroso. Que nuestras mejores mentes trabajen en una salida que salve a tiempo al Perú, cuya niñez y juventud están en juego. No hay derecho a fallarles.
(*) Presidente de APROSEC.
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