
Seamos escrupulosamente claros: el caso de la suspendida obra teatral “María Maricón” protagonizada por estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) no es un problema de censura ni de libertad de expresión, sino un incidente grotesco de la guerra cultural que vivimos en nuestro país.
La pieza iba a ser presentada en el Festival Saliendo de la Caja organizado por la Especialidad de Creación y Producción Escénica de la Facultad de Artes Escénicas (FARES). Según el creador Gabriel Cárdenas “La pieza, de carácter testimonial (homosexual), explora el conflicto entre lo religioso y el género a través de la deconstrucción de diferentes vírgenes y santas católicas” y “utiliza danzas folklóricas peruanas, cantos y textos religiosos y populares, junto con la vida del intérprete principal, para construir una narrativa emotiva y compleja”.
Hasta allí la libertad creativa y escenica puede ser polémica y disruptiva, pero lo que encendió la pradera fue la promoción mediante un afiche en el que claramente se utiliza la deformación vil de la imagen de María de Nazareth, la madre de Dios para los católicos, con elementos queer y gay a manera de una burla grotesca y provocadora. Invita no al diálogo con el eventual espectador, sino al escándalo dentro de una sociedad que es mayoritariamente católica en más del 60% de la población. Y esta es la segunda vez que se produce el atentado conceptual, el año pasado fue con la manipulación de la imagen de Santa Rosa de Lima.
Por lo tanto, se configura en una agresión que desde el punto de vista estrictamente jurídico colisiona con al artículo 50 de la Constitución que taxativamente dice: “El Estado reconoce a la Iglesia Católica como un elemento importante en la formación cultural, histórica y moral del Perú. El Estado colabora con la Iglesia Católica”. ¿Cómo colabora con la Iglesia una obra teatral que la agravia?
El gobierno no es ajeno al caso porque el Ministerio de Cultura, en diciembre pasado, declaró “espectáculo público cultural” al evento. Es decir que lo promovió y lo favoreció tributariamente. Por ello, en un pronuncimiento ex post el ministerio ha hecho un llamado al respeto de símbolos religiosos, considerándolos parte del “patrimonio cultural” del país. Según el comunicado, el título de la obra e imagen del afiche, que mostraba al protagonista vestido con atuendos similares a los de la Virgen María, “atentaban contra tres elementos de la fe católica: la Sagrada Tradición de la Iglesia, la Sagrada Escritura y el propio Magisterio de la Iglesia”. Ahora falta que se bote a la funcionaria que dio la autorización.
La PUCP ha suspendido la obra (no la ha cancelado) pidiendo “disculpas” por el mal uso de los símbolos religiosos de sus “alumnos y alumnas” en un documento huachafo que está en línea con la violación permanente de los estatutos y la misión permanente de la universidad cuya calificación de católica y pontificia es ya solo un adefesio retórico y una estafa conceptual.
Para quienes no somos religiosos el caso ha sido más político que solo confesional (aunque claro, ha estado presente). Se trata de una derrota ideológica de la progresía que no ha sido censurada ni afectada en su derecho a la libre expresión sino figurativamente apaleada por la juridicidad y la conciencia identitaria de la sociedad peruana. Y el mensaje de fondo es que un Perú Mariano es un Perú conservador. Avanzamos.
(*) Analista político.
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