
Corría el jueves 11 de noviembre del año 2004, y una terrible noticia se difundía por el mundo: Yasser Arafat, líder y presidente de Palestina, fallecía en el Hospital militar Percy de París, Francia. Un mes antes, una inexplicable enfermedad hizo que perdiera demasiado peso, que sufriera de fiebres, calenturas y vómitos.
Los mejores especialistas que lo trataron y analizaron su caso no podían dar con la causa de su extrañísima enfermedad. Arafat iba languideciendo, se iba apagando poco a poco, y no había antídotos para revertir su deteriorada salud. Yasser Arafat fue Premio Nobel de la paz en 1995 junto al primer ministro israelí Isaac Rabin (asesinado por grupos ultraortodoxos de Israel en una manifestación multitudinaria pública por la paz). Después del homicidio de Rabin, quedaba asesinar al otro premio nobel de la paz, Yasser Arafat. Primero trataron de hacerlo luego que Israel boicoteara todos los esfuerzos de paz, tanto de Oslo, Madrid y Camp David.
El primero en petardear la paz y tratar de matar a Arafat fue el entonces primer ministro israelí, Ariel Sharon, quien fue catalogado por el escritor Gabriel García Márquez como “premio Nobel de la muerte” (En alusión a las masacres que perpetraron contra miles de refugiados palestinos en Sabra y Shatila en septiembre de 1982, al sur de Beirut – Libano) Sharon y su primer ministro israelí Menájem Begin fueron los directores de la espeluznante masacre.
El año 2000 Yasser Arafat residía en la Mukata, que era el bunker presidencial en Ramallah, capital de Palestina. En un constante hostigamiento del gobierno de Ariel Sharon, la aviación y ejército israelí bombardeó destruyendo parcialmente la Mukata.
El fin era acabar con la vida de Arafat, al considerársele, no solo el verdadero padre y fundador de la patria palestina, sino además de tener el reconocimiento y aprecio de toda la comunidad internacional, además de unir a todos los palestinos, incluyendo hasta sus propios férreos opositores (como el grupo extremista Hamas).
Entonces Israel que no concebía un estado palestino, lo consideró como su primer enemigo, quería aniquilar a Arafat, para dividir políticamente a los palestinos (como sucede hoy en día) y que Palestina entre en caos por su liderazgo, cosa que logró. Inmediatamente funcionarios de la diplomacia internacional y de Naciones Unidas se congregaron en la Mukata como escudos humanos para proteger la vida de Arafat. Como iba ser muy evidente el escandalo internacional, el gobierno israelí planeó otra tétrica idea. Matarlo, pero envenenándolo con una sustancia que no dejara huellas (Polonio radactivo), y para ello sobornar a un par de traidores del entorno presidencial.
Lo consiguieron, pero lo que nunca obtendrán es eliminar el legado de lucha por la noble causa del pueblo palestino. Arafat el 13 de noviembre de 1974, dirigiéndose a la Asamblea General de Naciones Unidas, dijo: “hoy he venido llevando una rama de olivo en una mano, y un arma de luchador por la libertad en la otra mano. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano”. Por eso, cuando el 21 de septiembre de 2017 nació mi hijo, no dudé ni por un segundo en ponerle el nombre de YASSER, en tributo a Yasser Arafat.
(*) Exvicepresidente del Perú
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