Vándalos no son “falsos barristas”
Dos bandas de barristas se agarran a tiros en las calles de Santa Anita y las balas impactan en dos niños de 11 a 12 años que jugaban fulbito en una losa deportiva. Las imágenes de una de las pequeñas víctimas, retorciéndose de dolor con la herida en el pecho manando sangre a borbotones, son desgarradoras y escalofriantes. Conductores de televisión dan a conocer el hecho y dicen que los que dispararon son “falsos barristas”.
Se entiende la intención de separar la paja del trigo y poner a salvo de toda sospecha a los barristas decentes, pero mostrar el problema de esa manera impide abordarlo en su real dimensión en busca de una solución. Porque las investigaciones policiales deben a apuntar a barristas vándalos y no necesariamente a miembros de bandas criminales integradas por asaltantes, extorsionadores y otros miembros del hampa aficionados al fútbol. Porque una deducción errónea, como esa, puede llevar al desvío a los detectives, a seguir pistas equivocadas. Porque los barristas vándalos no necesariamente son de familias de delincuentes, sino también pueden ser hijos de padres honestos, de abogados, de profesores, de policías u otros profesionales. Esto ha quedado demostrado más de una vez tras las detenciones de estos desadaptados.
Con la lógica de los periodistas que dicen que los sujetos que abalearon a los niños son “falsos barristas”, también podríamos afirmar que un congresista corrupto es un “falso congresista”. O que un policía que roba es un “falso policía”. De ninguna manera podemos hacer esa deducción, pues estaríamos minimizando el problema, maquillándolo, trastocándolo.
Esos barristas que utilizan palos, machetes y hasta armas de fuego para atacar los hinchas del equipo contrario también van al estadio. También vibran con un gol de su equipo y lo celebran con euforia, gritando, saltando, abrazándose unos a otros. También aplauden cada jugada, piden autógrafos y selfis a sus ídolos. Se comportan como cualquier otro hincha en el estadio, pero llevan doble vida. También se agrupan, se organizan, se arman y salen a las calles, con los ojos inflamados de odio y las gargantas hinchadas de tanto arengar con lisuras, en busca de los hinchas del equipo rival para atacarlos, así sean inocentes niños.
Cuando ocurren hechos lamentables, como el de los tres niños abaleados, el Ministerio del Interior, la Policía y los clubes anuncian medidas para frenar el salvajismo, pero pasan los días y todo queda en nada. A ver si la señora que se cree la “mamá de todos los peruanos” hace algo por contener esta barbarie. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.