
El sábado pasado una noticia conmocionó a Colombia y a toda la región: el joven Senador opositor y precandidato a la presidencia de ese país, Miguel Uribe Turbay, sufrió en Bogotá un atentado contra su vida mientras daba un discurso ante un grupo de personas reunidas en un parque de dicha capital.
Un adolescente de quince años, quien se encontraba dentro del público desenfundó un arma, mientras éste hablaba dirigiéndose a sus fieles. La mínima seguridad de Uribe replicaría hiriendo al joven sicario al cual detuvieron llevándolo a un hospital. Después de una semana del execrable atentad o, es un milagro que el senador Uribe se mantenga con vida, pues los partes médicos del Hospital Fundación Santa Fe donde lo han estabilizado, si bien señalan que: “su estado es crítico y que reviste la máxima gravedad con pronóstico reservado”, al mismo tiempo expresan que “presenta indicios de una leve mejoría y alguna reacción instintiva a la operación”.
Ya el hecho que esté vivo después de una semana es una buena noticia. Lo extraño del caso fue la reacción del inefable presidente colombiano Gustavo Petro, quien lejos de condenar el hecho, lo primero que hizo fue compadecerse del sicario, expresando que se trata de un “niño de 15 años” al que por su edad había que proteger, y que la culpa de estos atentados “la tiene la poca educación que reciben los jóvenes y niños en las escuelas”.
La izquierda política comunista en la región tampoco condenó el execrable atentado, solo se dedicaron a defender a la sentenciada ladrona de los argentinos, Cristina Fernández de Kirchner, arguyendo el trillado argumento de la persecución política de la justicia rioplatense. Días después, ante las críticas, Petro señaló que la culpa la tenía la seguridad del Senador, que de siete pasó a solo tres miembros de resguardo. Por último, en el colmo del cinismo, ha dicho, que el atentado a Uribe Turbay se debe a que el gobierno colombiano le está propinando duros golpes al narcotráfico.
Lo cierto del caso, es que el Senador Miguel Uribe era un feroz opositor al desequilibrado régimen de Gustavo Petro, era la voz de la esperanza y el cambio para los colombianos, Uribe representaba la derrota para el narcotráfico, la violencia y la guerrilla en ese país. No tengo dudas, que, así como sucedió con el líder y senador colombiano, Luis Carlos Galán Sarmiento en Soacha en 1989, a Miguel Uribe también lo mandaron a matar sus enemigos: el narcotráfico, la guerrilla, y en este caso también la izquierda más salvaje y antidemocrática representada por el gobierno de Gustavo Petro.
Dolosamente el gobierno le disminuyó su esquema de seguridad, utilizando como herramienta a un menor de edad que gatilló el arma injuriante contra su cabeza. El atentado contra la vida de Miguel Uribe ha sido un atentado contra toda Colombia y contra su democracia. Elevemos oraciones al Cielo por la salud del senador Uribe.
(*) Exvicepresidente del Perú.