Opinión

Las amenazantes sombras del pasado

Por: Ángel Delgado Silva

Cuando el Premier Bellido anunció la “cuestión de confianza” para impedir la censura del ministro Maraví, nos sentimos transportados a otro tiempo, a septiembre del 2017. A una coyuntura donde el Bellido de entonces, recurrió a dicha herramienta para salvar a su ministra de Educación, vapuleada por la huelga magisterial que dirigió el hoy Presidente de la República. En aquella oportunidad el Congreso, con mayoría fujimorista, rechazó el emplazamiento. Y cayó no sólo la ministra, sino todo el Gabinete Zavala. Pero fue una victoria pírrica, un alborozo falaz. Dos años después, el 30 de septiembre, Vizcarra, el ungido por el Parlamento, lo disolvía arteramente. Apeló a una nueva “cuestión de confianza” que, sumada a la anterior, generaba la “crisis total de gabinete”. Y así se justificó el atropello, el cierre del Congreso.

¿La historia se repite? ¡Quizá! Mas no en lo positivo, sino en una terca reiteración de yerros, que amalgamados producen terribles desgracias. Cuatro años atrás, quienes así decidieron actuaron como aprendices de brujo. No vieron, ciertamente, las consecuencias ulteriores. Nunca advirtieron a los fantasmas que convocaban ni los males para la República, ocasionados por la burda manipulación de figuras constitucionales. Al jugar con fuego se arriesga incinerar la democracia.

Los dilemas del pasado nos siguen acosando en las encrucijadas nuevas. La potestad de la Representación Nacional para censurar ministros no puede ser menoscabada con una “cuestión de confianza”. Si así fuera, el control parlamentario mediante la interpelación-censura devendría en inocuo, un poder sin ejercicio, pues cada vez se levantaría la amenaza de la disolución congresal. Así las cosas, el equilibrio de poderes sería ilusorio, porque en los hechos el Gobierno subordinaría al Parlamento siempre.

Por esa razón, lo que hoy esgrime Bellido, reproduciendo lo que ayer hizo Zavala, es la reiteración del mismo extravío constitucional. Y al igual que entonces, asistimos al prolegómeno de una crisis política gigantesca. Pero probablemente de mayor envergadura y profundidad, ya que entraña una alta peligrosidad para la pervivencia de la comunidad nacional y sus fundamentos políticos.

Esto sucede cuando la Constitución es tratada como un “papel mojado en tinta”. Y en vez de ser concebida como un cuerpo normativo, se la percibe como una herramienta de manipulación al servicio del poder. Esta visión devaluada y contingente alienta el manejo instrumental, utilitario y avieso, de los conceptos, normas e instituciones constitucionales. En lugar de su misión pacificadora el ejercicio constitucional se convierte en el arsenal de sofismas para golpear y someter a otros, con un barniz de legitimidad. Tampoco ordenará a los poderes de modo que los derechos ciudadanos estén debidamente garantizados. Pero un texto así, ya no será reconocido como Constitución en serio.

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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