La política es o debería ser una actividad que propone a través del del ejercicio del poder estatal o de los derechos de participación en los asuntos de interés general reconocidos en la Constitución, el realizar o hacer realizable un determinado orden convivencial.
Esta se expresa como un proceso de resolución o cooperación en pro de la remediación de los conflictos y necesidades que aparecen en una sociedad. Asimismo, permite abrir el horizonte hacia el progreso y bienestar de la ciudadanía.
Para tal efecto, se plantea que la autoridad estatal en sentido lato haga uso de la potestad soberana de mando y disposición mediante los denominados “actos de gobierno”; y en esa orientación formule la elaboración de planes, programas y acciones de interés público. Igualmente, comprende la participación de los partidos políticos, académicos, fuerzas gremiales, etc., para plantear alternativas u actos de impugnación desde los principios y valores democráticos.
La autoridad política debe poseer liderazgo, dirección sobre el aparato estatal, lineamientos de acción, formación ética. No menos importante es rodearse del equipo político y técnico calificado y con personalidad para sostener sus responsabilidades, en el imbricado mundo de la gobernabilidad.
A veces, el azar coloca a un ciudadano en el lugar inadecuado en función sus cabales atributos. Ello obliga a este, con humildad y responsabilidad a que busque las colaboraciones precisas, en la mucha vez tempestuosa realidad.
Los llamados a colaborar al servicio público deben dar muestras ostensibles de eficiencia, eficacia y corrección. Cuando esos atributos también son escasos, aparecen los personajillos del poder. El peor enemigo del gobernante es el inepto que intenta disipar sus inconsistencias políticas o técnicas con la adulación.
Al respecto, Voltaire decía que “la peor especie de enemigos es la de los aduladores”. Aquellos que finalmente permanecen alrededor del poder, a expensas de quien tiene la imperiosa, necesidad o gozo de reconocimiento.
Doctos en la práctica inmoral denunciada por Pierre Agustín de Beumarchais, aceptan aquello de que en ciertos lugares inhabitados de virtud y sinceridad,” la mediocridad puede alcanzar todo”.
Para ellos la lisonja y el sahumerio son la “pata de cabra” para abrir el corazón del sediento de reconocimiento. Parece que no hay disposición de despojarse de estos malos colaboradores; más evidente aun es el hecho que no renunciaran, porque eso indicaría que tienen algún rasgo de honor.
Estamos a expensas de los partidos en el Parlamento, de que se acuerden que existen la interpelación, la censura y la acusación política. Pero eso también parece una quimera.
(*) Expresidente del Tribunal Constitucional.
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