Opinión

La sociedad del silencio

Por: Juan Carlos Liendo O’Connor

I maginemos un país donde, día tras día, la violencia y la negligencia gubernamental se disfrazan de rutina. En esta Sociedad, el estruendo de las tragedias cotidianas –asesinatos por sicariato, desastres en hospitales, desplomes de infraestructuras, policía en emergencia, corrupción gubernamental, conflictos de intereses congresales, lobby ideológico-político judicial y los esfuerzo por reciclar políticos fracasados– son acompañadas con la complicidad del silencio lobista de los muchos medios de comunicación y se convierten en un murmullo social amortiguado por el miedo, la frustración y la resignación.

El silencio no alude a la paz ni a la aprobación, sino es el eco de una sociedad que, al observar hechos desgarradores y la carencia de un real liderazgo, opta por una inmovilidad que duele y hiere y que es anestesiada por el histórico crecimiento económico producto de economías ilegales en manos del crimen organizado…; este silencio no es inocente: es una sumisión tácita ante una clase política y un estamento judicial que, en lugar de resolver, incrementa la incertidumbre mediante decisiones arbitrarias y medidas que más intimidan que protegen. En este escenario, un “cuarto de guerra” presidencial, que debería ser símbolo de estrategia y protección, aparece como un montaje de temor y desamparo.

La población se ve atrapada en una red de prácticas estructurales que convierten al silencio en cómplice, hace que se normalicen situaciones críticas: la extorsión en cada rincón, la administración negligente de recursos públicos, la violencia que se roba vidas sin piedad. El resultado es un círculo vicioso donde la ausencia de respuesta colectiva fortalece el poder de quienes gobiernan, y la desesperanza de todos.

El mayor perjuicio de esta pasividad es que se perpetúa la ineficacia del Estado, los errores se repiten y se agudizan las injusticias, la apatía se traduce en pérdida de derechos y en la consolidación de un sistema donde el sentido común queda relegado a meros murmullos que el poder ignora abriendo paso a la anomia política y social, dónde cada quien hace lo que quiere o lo que puede, e inevitablemente el único espacio real de justicia posible sea el de la propia mano. La historia demuestra que si bien los episodios dramáticos pueden actuar como catalizadores de cambio, estos sólo aparecen acompañados de soluciones autoritarias y drásticas que elevan en el corto plazo el ciclo de dolor y de desestabilización del tejido social. El ciclo violencia – autoritarismo de los 80-90 es muestrade ello.

La “Sociedad del Silencio” trae consigo el urgente adesafío de nuevos líderes que despierten a la población del miedo, del crimen, de la narativa mediática imperante y de la anomia generalizada.

(*) Exdirector Nacional de Intelugencia (DINI).

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

 

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