Opinión

En realidad, no podía ser de otra manera

Hace un año, cuatro meses y siete días la estupidez política más cultivada y eximia, logró entronizarse en el Gobierno del Perú. Un personaje insignificante, en el cabal sentido de la palabra, llegó a la Presidencia de la Nación por esos azares y caprichos del destino que quizá nunca terminemos de entender. Y como no podía ser de otro modo, esa torpeza manifiesta acompañó siempre a este penoso tobogán de ingobernabilidad, caos, corrupción y descomposición del país.

En efecto, ya su discurso de investidura del 28 pasado fue un himno a la estulticia, de inmediato corroborado por el anuncio de convertir Palacio en museo, mientras despachaba en el antro de Sarratea. Con el vértigo de una catarata las necedades deambularon, sin pausa, en un alucinante desenfreno que sorprendió a sus propios acólitos. Incompetencia para nombrar funcionarios idóneos, papelones a granel en el exterior, erupción de actos de piraña delictiva. Nunca advirtió que como presidente debía gobernar a favor del país, que confió en él.

Y este payaso ínfimo, que fungió de jefe de Estado, cerró su tragicómica actuación con un chiste muy propio de su estilo, inexplicable y cruel. Un circense golpe de estado, que fuera de su perversa intención, en puridad ni siquiera merecería llamarse tal. Pero fue el culmen de la imbecilidad, pues en diez minutos de discurso resolvió el problema que tenía en vilo al Perú entero. La comisión de este delito flagrante facilitó la tarea a un Congreso renuente con su deber ético-político. En resumen, lo que comenzó mal terminó peor. Siendo el desenlace necesario de una insensatez desbocada, inserta en un régimen falaz y ladrón, piloteado por un aventurero estólido y de entraña rufianesca.

La inverosímil caída de Castillo, a la postre una infeliz pieza de recambio puede traducirse en una sensación de sosiego general. Resulta explicable porque la gente está harta de confrontaciones que han deteriorado al país tanto. La esperanza –el optimismo incluso– son valederos. Pero los demócratas no debemos bajar la guardia en base a una lectura ingenua de las cosas. El nuevo poder ha surgido del vientre del anterior, en ningún caso de su ruptura. Y bien podría ser la segunda fase de un castillismo aggiornado. ¡En nuestras manos está evitarlo!

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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