El sentimiento constitucional que nos hace responsables de vivenciar y defender los valores del supremo texto de la República nos impele a asociar constructivamente el discernimiento, la intención y la libertad con civismo. Un clásico de la psicología como James Whitaker ha señalado que gran parte de nuestro comportamiento está condicionado por las actitudes de quienes nos rodean.
Y vaya si es peligroso cuando nos acompaña Martin Vizcarra. Algunos, habituados a la representación de personajes, a veces se ven tentados de encarnar a quien tiene poder. Al enfundarse en él, terminan dándole la apostura y los valores de aquellos a quienes conocen cercanamente. Encaramados en el escenario para encarnar al poder no representativo por un ratito (es el tiempo que necesita la vanidad), a veces se propician conductas con respecto a los valores constitucionales, en donde el disfraz termina desfigurando fácticamente aquello por lo que desde hace dos siglos los peruanos venimos luchando.
Ante ello, no cabe otra opción que el rechazo más profundo. Nada puede avalar los “patadones” que se le infligen al sentimiento constitucional. Queda claro que, más allá de la existencia de un pulido y solemne texto constitucional, se requiere por parte de todos la verificación de una práctica respecto a sus formas y contenidos.
No hay excusa que justifique la malacrianza y la matonería en el recinto que simbólicamente reúne a quienes, por el voto ciudadano, representan al pueblo. No hay justificación para aquellos que se prestan al fraude a la Constitución, para romper el principio de separación de poderes; a efectos de impedir que se cumpla con la función de fiscalización sobre quien detentaba la condición de jefe de Estado y jefe de Gobierno. Es inaceptable que luego renuncien al cargo sin refrendar jurídicamente aquello que sostuvieron con altanería. Peor aún, es que no se espere, como exige la Constitución, a entregar el despacho asignado a su futuro sucesor. Hasta donde tengo entendido, las responsabilidades se asumen con todas sus consecuencias.
La política requiere de compromiso e hidalguía. No siempre se acierta, pero siempre se encara el error con la verdad. Estuvo y no estará más. Ha regresado al espacio en donde se le respeta y aplaude sin reticencia. Como quizá hubiera dicho el gran Pepe Ludmir: Su breve paso por la política ha sido una mala película.
(*) Expresidente del Tribunal Constitucional.
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