Opinión

El cadáver del terrorista Abimael

Por: Omar Chehade Moya

Tras la muerte del genocida Abimael Guzmán sorprende la inacción, y hasta la conducta dubitativa del gobierno del presidente Pedro Castillo Terrones, con respecto al destino de sus restos. El líder más sanguinario de la organización terrorista Sendero Luminoso ocasionó la muerte de 69 mil compatriotas, además sembró pánico, destrucción material de infraestructura en miles de millones de dólares (todos estos datos según la Comisión de la Verdad y Reconciliación) llevando al mismo tiempo al Perú hacer un país ingobernable, en el que nadie, ni capitales nacionales ni mucho menos extranjeros querían invertir en una patria insegura, en la que incluso muchos empresarios eran obligados a dar cupos “de guerra” a esta insana organización criminal, bajo pena de represalia, de ser asesinados, secuestrados o torturados.

Durante década y media, el Perú fue un desastre, por culpa, en gran parte, de Sendero Luminoso y el MRTA, la primera, liderada por un demente criminal, que con el estilo polpotiano de Camboya, quería arrasar, a través de la lucha de clases y la guerra armada, a toda la clase media, alta, e incluso al campesinado u obreros que se le opusieran tras el cartel de “perros traidores”. En fin, el que se autodefinía como la “la cuarta espada”, marxista, maoísta, leninista, (pensamiento Gonzalo) después de 29 años de prisión, acaba de fallecer en la cárcel, solo, derrotado y con el repudio de todos los peruanos que jamás olvidaremos los abominables hechos de orgía de sangre que originó durante años en nuestra patria.

Bajo este contexto, un estadista como presidente de la República, se daría cuenta que este repugnante tipejo que ha sido el peor enemigo de la historia del Perú, no podría tener acceso a una tumba o fosa común siquiera en nuestro territorio. El suscrito es profundamente cristiano y sabe del valor del respeto de la tumba y del descanso eterno que debe tener cualquier persona. Pero resulta que el sanguinario Abimael Guzmán, como buen marxista, leninista, maoísta, era ateo y además renegaba de Dios, diciendo que era una utopía de los ricos para subyugar a los pobres. Denostaba de Dios y de los que somos creyentes, y no contento con ello, en el paroxismo de su locura despiadada ordenaba asesinar a sacerdotes y pastores, o destruir Iglesias y todo lo que sea cercano a nuestra religión o fe cristiana.

Abimael Guzmán entonces no merece cristiana sepultura, ni mucho menos tumbas, ni fosas comunes, ni siquiera que con las cenizas de su cremación sean esparcidas al mar del glorioso Miguel Grau. No seamos ingenuos y permitamos futuras mitificaciones, peregrinaciones o martirologios de sus menguadas huestes senderistas para el peor criminal de la historia nacional. Las víctimas mortales y los mártires del terrorismo no se merecen tamaña afrenta. Presidente Castillo, sea usted un estadista, déjese de leguleyadas pasándole la pluma de la decisión al Ministerio Público, y con un Decreto Supremo firmado por usted y su ministro de Justicia ordene quemar esos abominables restos del genocida Abimael Guzmán, y después de tirar las cenizas al excusado, por favor jale la cadena.

(*) Ex vicepresidente y excongresista de la República

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

Related Articles

Agregue un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

Check Also
Close
Back to top button