¡Cuándo las palabras pierden su significado!
La formidable virtud del lenguaje humano no radica solamente en permitir la comunicación entre las personas, que se expresan a través de él. Al lado de esta básica función, está la otra capaz de “crear” la realidad circundante, al nombrar sus distintos aspectos y manifestaciones, con palabras. Dicen que el idioma esquimal existen más de cien vocablos para identificar otros tantos matices de blancura. Nosotros jamás distinguiríamos tal variedad. Simplemente porque nuestra lengua no cuenta con los vocablos idóneos para dicho fin. Aquella riqueza cromática que ven lo hombres del polo norte, no es percibida por los demás.
Esto viene a cuento del terrorismo urbano puesto a debate. Es la novísima categoría creada por un Gobierno desconcertado, que tantea trémulo comprender el desborde de violencia criminal que sacude a Lima y otras partes del país. Es la rendición ante el nominalismo; esa filosofía de raíz idealista que con ingenuidad postula que la realidad depende de su denominación y, por ende, sus cambios son variantes de la nomenclatura. Recurrir a la locución terrorismo urbano impacta, sin duda, –recuerda el pasado luctuoso. Pero esta recuperación busca soterrar la incapacidad oficial para frenar al crimen organizado, durante los últimos años. En otras palabras, se apela a una engañosa voluntad combativa puramente discursiva, que contrasta con su dilatada y culpable ausencia.
Gracias a este facilismo tenemos una esfera pública contaminada por el más burdo nominalismo –el nomen juris dirán los huachafos. Una terrorificación de la agenda política. Y, como tenía que ser, inaugurar esta decrepitud semántica fue el privilegio de la Sra. Boluarte. Con su grotesco “terrorismo de imagen” pretende descalificar a la prensa que critica su deplorable gestión. Por ese tobogán de la estolidez pronto aparecerán los émulos aplicados que desguazarán al concepto en la multiplicidad: “terrorismo sanitario”, “alimenticio”, “educativo”, “económico”, etc. Y ¡qué fluya la imaginación!
Pero lo gracioso de estas sandeces se aplaca de inmediato. La consecuencia –grave y no divertida– radica en que los términos políticos utilizados para entendernos, terminan vaciándose de su contenido primigenio. Por ello, en lugar de la inteligibilidad y la mejor comunicación, se retrocede peligrosamente hasta convertir el intercambio de opiniones y la convivencia social, en una terrorífica (esa sí) Torre de Babel. Y, al dejar de entendernos, si los significantes pierden su significado y cada uno llama a las cosas como quiere, la indispensable cohesión social para toda comunidad, se agrietará ineluctablemente. En ese orden de ideas, la flamante terrorización no bendecirá con el éxito la lucha contra las extorsiones; pero sí puede contribuir a debilitar la urdimbre social, más aún. En otras palabras, la estulticia desbocada podría tener un colorario fatal.
(*) Abogado constitucionalista.
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