Una vez más, Paolo Guerrero, el gran capitán de la selección peruana de fútbol, ha dado un ejemplo de desprendimiento, solidaridad y amor filial al plantear la resolución del contrato que tiene con el club César Vallejo -por el cual recibiría 130 mil dólares mensuales- debido a las amenazas recibidas por su madre, doña Peta, como consecuencia de ese compromiso y a la propia seguridad de sus pequeños hijos.
La ciudad de Trujillo, sede del César Vallejo, es hoy sin duda una de las urbes más peligrosas del Perú y Guerrero no ha querido arriesgar a su mamá y su familia pese a que, ya en las postrimerías de su brillante carrera futbolística, había cerrado un acuerdo que sin duda le era económicamente conveniente.
En la historia del fútbol peruano no existe un generoso precedente de esta naturaleza, menos aún en un deporte altamente profesionalizado y mercantilizado como el fútbol en el que, como reza el viejo dicho, poderoso caballero es don dinero.
En un país como el nuestro, hundido en una profunda crisis de valores, el gesto de Paolo no debe pasar desapercibido y tiene que recogerse como un valioso ejemplo para las nuevas generaciones a las que debemos liberar del endiosamiento del dinero como lo ha puesto en evidencia, en las palabras del propio Guerrero, la reacción del presidente del club -cuyo nombre no vale la pena mencionar- cuando el “Depredador” le explicó las razones para la resolución del contrato.
Para los financistas del César Vallejo, Paolo Guerrero significa, a no dudarlo, un activo económico que prestigia al club y atrae taquilla.
Hay, según las afirmaciones, hasta registradas, según parece, comercialmente, “plata como cancha” que, más allá de múltiples cuestionamientos, abre muchas puertas y cierra muchas bocas.
Como antes hemos hecho frente a las injusticias cometidas con Guerrero, hoy debemos cerrar filas en el apoyo a este gran deportista.
Por eso quería señalar en esta columna que estoy CON PAOLO en su posición principista.
(*) Presidente de Perú Acción Presidente del Consejo por la Paz
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