Opinión

Cien días extraviados o la antesala del infierno

Por: Ángel Delgado Silva

Quisiéramos empezar coincidiendo con muchos analistas que sólo deploran los yerros y escándalos cometidos en el período inaugural del Gobierno de Pedro Castillo. Detrás de esa constatación late la esperanza de que el curso puede cambiar. Que, depurando a los intransigentes, a las malas influencias y aprendiendo de la experiencia inicial, se corrijan las cosas gracias al reclutamiento de personajes tecnocráticos sin bandera o ligados al izquierdismo caviar.

Lamento discrepar con este tipo de diagnósticos epidérmicos, finalmente amables y querendones. No ingresan a lo sustantivo del proyecto en ejecución y suponen la reedición de un izquierdismo romántico, un tanto más ramplón quizá, pero que al final la pulsión de la realidad lo pondrá en brete. Esta actitud muy comprensiva, se nutre del sentimiento de culpa que atribuye al Estado peruano y al empresariado nacional el incumplimiento histórico de sus deberes para con el país. Por eso será menester ser condescendiente con el régimen de este nuevo Robin Hood andino, dándole el tiempo que haga falta.

Ahora no enjuiciaremos la cadena de estropicios de quienes se comportaron como clase dominante, en vez de dirigentes del destino de la Nación. Porque la asunción de Castillo es un asunto distinto, no reconducible al pasado. Así fuera por casualidad, se ha instalado en el Gobierno una estrategia convergente de dos fuentes subversivas: el castro-chavismo latinoamericano, el “socialismo del siglo XXI” y el reagrupamiento senderista del maoísmo criollo, bajo el Pensamiento Gonzalo. Superando sus viejas diferencias vienen, como se dice: “para quedarse”.

Ahora bien, quien vea un fenómeno endógeno, fruto de un Perú en crisis y descomposición social, está en un craso error. Hace muchos años en el continente opera una Internacional que ha relanzado ideas y acciones revolucionarias previas, superando sectarismos y percances. El Foro de Sao Paulo y, posteriormente, el Grupo de Puebla, no son remanentes ni están a la defensiva. Por el contrario, ellos promueven todas las asonadas insurreccionales en nuestros países, mientras impulsan candidaturas “amplias y democráticas” para capturar gobiernos. Un repaso de la situación regional corrobora esta verdad.

No todo juega a favor. Personajes esperpénticos y supinas incompetencias le están pasando factura y desprestigio, en primer trimestre gubernamental. Pero tengamos en cuenta que no les importa el manejo eficiente del Gobierno. Su misión no es la “administración del estado burgués”, sino destruirlo. Mientras la prensa se enfoca en sus desaciertos oficiales, sus mejores cuadros están construyendo los factores de poder popular alternativos, entre las masas del campo y la ciudad, como se viene operando en el magisterio y en las comunidades campesinas.

Cuando hayan acumulado fuerzas suficientes y la crisis se profundice, sus voceros responsabilizarán al sabotaje “derechista y reaccionario”, y a la “pelotudez” de las instituciones democráticas. Y entonces será la hora del asalto al poder.

(*) Constitucionalista

(*) La empresa no se responsabiliza por los artículos firmados.

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