Opinión

Cambios para que nada cambie

Por: Ángel Delgado Silva

El simbolismo de los mensajes presidenciales al Congreso de la República sugiere una fractura del tiempo y el comienzo de un período inédito. Seguramente, amplios sectores ciudadanos, en su intimidad, abrigaban tal posibilidad. Porque más allá de la acrimonia y crispación que polariza al país, muchos añoran alguna estabilidad que atenúe la atmosfera política, pletórica de agudas tensiones. Es una legítima demanda de sosiego, tras convulsiones que laceran a todos.

Ciertamente el discurso del 28 de julio último, en nada ayudó. Persistió la tónica del primer año ensayando una victimización fulera, incapaz de convencer ni a los incautos. Por otro lado, la propuesta de políticas a futuro no pasó de una decepcionante enumeración de generalidades intrascendentes, hechos vacuos y medidas de pacotilla, incapaces todas de despertar el menor entusiasmo, incluso con los fieles acérrimos. Ni siquiera hubo fuerza para insistir en la desgastada “asamblea constituyente”. ¡El prematuro desgaste oficialista es total!.

La deslucida jornada de Fiestas Patrias anunciaba lo que vendría después. El retintín de pachotadas discursivas, sosas y aburridas, no podía traducirse en un renovado equipo de ministros solventes y capaces para cambiar el rumbo. Al desestimarse la renuncia del Premier Aníbal Torres todo siguió igual. Es que nadie con autoestima aceptaría el encargo, que el otrora profesor universitario cumple con fruición, descaro y desvergüenza.

Quienes sí aprovecharon la ocasión fueron los ex Titulares de Economía y RR.EE. Ajenos al entorno de Castillo, no tienen otra lealtad que su propio oportunismo. Ergo, jamás se hundirían con el barco gubernamental. Y como esos sagaces especímenes, se dieron maña para abandonarlo. Pero el poder, así sea hediondo, siempre encuentra angurrientos por fajines ministeriales. ¡Qué importa la salud deteriorada o la incoherencia de los dichos con los hechos, cuando median ambiciones desmedidas y, a la postre, subalternas! Estos cacasenos postulan que todo vale para alcanzar una distinción. Ciertamente, ser ministro de Estado es un honor al mérito. Pero no lo es, cuando te convoca “el cabecilla de una organización criminal”, según la hipótesis del Ministerio Público.

El ingreso de la exministra de Trabajo, censurada por el Congreso debido a su desastrosa gestión, a una cartera donde no tiene la menor idea, responde sólo al refuerzo de la vocería oficialista. En lugar del solitario y empeñoso blindaje del exministro de Cultura, ahora tendremos un dueto mixto para cantar las hazañas del todavía Presidente. ¡Ah! Y no olvidemos la bastarda promoción del ministro de Vivienda –con investigaciones fiscales por grave corrupción– a Transportes y Comunicaciones, el epicentro de la coima dura y bruta. El legado del prófugo Juan Silva. En efecto, nada cambia. Y si lo hace, será para peor.

(*) Constitucionalista

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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