Opinión

¿Acaso no existe la extrema izquierda?

Por: Luciano Revoredo

Vivimos tiempos en los que las palabras han perdido su peso y se han convertido en armas arrojadizas al servicio de una narrativa dominante. Basta con defender valores como la vida, la familia, la libertad o el libre mercado para que, desde ciertos sectores, te cuelguen sin titubeos la etiqueta de “extrema derecha”. Es un reflejo automático, una maniobra tan bien engrasada que parece un guion escrito por los medios y las élites progresistas que, al unísono, señalan y estigmatizan a quien ose salirse de su marco ideológico. Sin embargo, hay algo curioso, casi risible si no fuera tan grave: el término “extrema izquierda” parece haber desaparecido del léxico de estos mismos árbitros del discurso. ¿Por qué? ¿Acaso no existe?

La respuesta es sencilla: no les conviene nombrarla. El progresismo globalista ha logrado instaurar una asimetría discursiva donde todo lo que desafíe su agenda es demonizado con rapidez, mientras sus propios excesos quedan envueltos en un manto de silencio o, peor aún, de virtud. Quienes abogan por la tradición o la defensa de estructuras sociales básicas son caricaturizados como reliquias peligrosas, como si proteger lo humano fuera un delito. Pero cuando se trata de quienes promueven la disolución de esas estructuras, el aborto indiscriminado, la censura en nombre de la corrección política o la economía planificada que asfixia la libertad individual, no hay titulares que griten “extrema izquierda”. No hay editoriales encendidos ni debates televisivos que pongan el dedo en la llaga. Solo un silencio cómplice.

Esta manipulación no es casualidad. Es una estrategia deliberada para controlar la percepción pública. Los medios parametrados por el globalismo progresista han perfeccionado el arte de la omisión selectiva. Mientras amplifican cualquier desliz de quienes defienden valores tradicionales, ignoran o justifican los desmanes de quienes, desde la izquierda radical, erosionan la democracia misma. ¿Cuántas veces hemos visto a estos últimos aplaudidos como “luchadores sociales” cuando incitan a la violencia, derriban instituciones o imponen agendas autoritarias? La tiranía izquierdista, con su obsesión por el control, su desprecio por la propiedad privada y su afán de reescribir la historia, no solo existe: está ganando terreno. Pero no la llaman por su nombre.

El doble rasero es insultante. Si un conservador alza la voz, es un fascista. Si un izquierdista radical quema calles o silencia disidentes, es un “idealista”. La narrativa está tan sesgada que la extrema derecha parece abarcar desde un padre de familia preocupado por la educación de sus hijos hasta un empresario que cree en el mérito. Mientras tanto, la extrema izquierda, con su historial de gulags, hambrunas y represión, queda reducida a un mito, como si nunca hubiera existido ni existiera hoy en figuras que idolatran esas ideas.

Esto no es solo hipocresía: es poder. Al borrar el concepto de extrema izquierda del debate, el progresismo se asegura un monopolio moral. Nos venden una lucha maniquea donde ellos son la luz y todo lo demás, tinieblas. Pero la realidad es más cruda. La verdadera amenaza no siempre viene de donde señalan los focos. La tiranía no necesita uniformes ni discursos grandilocuentes; a veces llega con promesas de igualdad y una prensa que aplaude mientras calla lo evidente. La extrema izquierda no solo existe: está aquí. Y no nombrarla es su mayor victoria.

(*) Analista político.

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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