Opinión

El legado democrático de Mario Vargas Llosa

Por: Tullio Bermeo Turchi

Con la muerte de Mario Vargas Llosa, se fue el último gran representante del “boom latinoamericano”, ese movimiento literario que, entre las décadas de 1960 y 1970, proyectó al mundo las voces renovadoras de una generación de novelistas del continente. Nuestro Nobel fue una figura central en ese fenómeno cultural, con obras emblemáticas como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral, Pantaleón y las visitadoras, entre muchas otras.

A lo largo de su vida, Vargas Llosa no solo fue un prolífico escritor, sino también un activo participante en los debates políticos. Creyó profundamente en el cambio y, en su juventud, pensó que la Revolución cubana representaba una vía de justicia social, por lo que se comprometió con su defensa, compartiendo la esperanza de muchos intelectuales de su generación.

Sin embargo, el paso del tiempo y la evidencia del autoritarismo lo llevaron a un desencanto profundo. Lejos de quedarse callado, rompió públicamente con el castrismo, al cual acusó de haberse convertido en una dictadura que vulneraba los derechos humanos y empobrecía a la población mediante un modelo económico ineficaz y corrupto.

Ese quiebre marcó un punto de inflexión en su pensamiento. Con honestidad intelectual, reconoció su error y, con el tiempo, reafirmó su compromiso con los valores democráticos. Desde entonces, se convirtió en un crítico implacable de todos los regímenes autoritarios y dictatoriales— sean estas de izquierda o de derecha— y en un defensor firme de la democracia, los derechos individuales, la libertad de expresión y el estado de derecho.

Esta evolución no se quedó en el plano teórico. Convencido de que un país no se transforma desde la indiferencia, en 1990 decidió postular a la presidencia de la República. Recorrió un Perú convulsionado por el terrorismo, la hiperinflación, el colapso económico y la estatización de la banca, llevando consigo propuestas de modernización, lucha contra la subversión y reformas estructurales.

Sin embargo, esa decisión le costó caro: durante la campaña electoral fue víctima de dos atentados, una muestra palpable de los riesgos que implica enfrentar al fanatismo con ideas y principios. Tras su incursión activa en la política, Vargas Llosa retomó su vocación literaria y periodística.

Continuó publicando novelas como El pez en el agua, La fiesta del Chivo, Travesuras de la niña mala, El sueño del celta, entre otras; además de ensayos y columnas de opinión en medios nacionales e internacionales, donde abordó temas de actualidad política, cultural y social.

A lo largo de los años, mantuvo una postura crítica frente a los regímenes autoritarios y dictatoriales de la región y defendió con convicción los valores democráticos y liberales hasta el último día de su vida.

En tiempos de escepticismo político, la trayectoria de Mario Vargas Llosa demuestra que la política puede ser un instrumento de cambio real si se ejerce con compromiso, coraje y pensamiento crítico. El escritor insiste en que los ciudadanos más preparados, especialmente los jóvenes, deben involucrarse activamente en la vida pública para evitar que esta sea tomada por corruptos, promoviendo una ciudadanía informada y firme en la defensa de la democracia.

(*) Juez titular de la Corte Superior de Justicia de Ucayali.

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