La brecha abismal: nuestra alarmante inconsciencia en la seguridad digital
Por: Alicia Barco Andrade

En pleno siglo XXI, inmersos en una vorágine digital que abarca desde nuestras comunicaciones personales hasta la columna vertebral de nuestra economía, el Perú navega con una preocupante falta de conciencia en el proceloso mar de la seguridad digital. Es una brecha abismal, un precipicio de vulnerabilidad que nos expone a los embates cada vez más sofisticados del cibercrimen, con consecuencias que van desde la pérdida de nuestros ahorros hasta la desestabilización de instituciones enteras.
Hoy, mientras escribo estas líneas desde el corazón de San Isidro, Lima, la realidad es innegable: la mayoría de los peruanos, tanto individuos como empresas, aún no internalizamos la magnitud del riesgo que implica nuestra vida online. Nos movemos en el ciberespacio con una ingenuidad pasmosa, confiando en la buena fe de entidades virtuales y descuidando las más elementales normas de higiene digital. ¿Cuántos de nosotros realmente comprendemos el alcance de un simple clic en un enlace sospechoso?
¿Cuántos protegemos nuestras contraseñas con la diligencia que merecen nuestros bienes físicos? ¿Cuántas empresas, desde la PYME hasta la gran corporación, invierten seriamente en educar a su personal sobre las tácticas de ingeniería social que utilizan los ciberdelincuentes? La respuesta, lamentablemente, dibuja un panorama desolador.
Los datos son elocuentes.
Hemos visto cómo los intentos de ciberataques se cuentan por miles de millones anualmente en nuestro país. El phishing sigue siendo una epidemia, atrapando incautos con promesas falsas y urgencias ficticias. El ransomware paraliza operaciones empresariales y exige rescates millonarios. Y mientras tanto, la conciencia sobre estos peligros parece navegar en piloto automático, lejos de la urgencia que la situación demanda.
Esta inconsciencia abismal tiene raíces profundas.
Quizás se deba a una falta de educación digital integral desde las etapas tempranas. Tal vez sea el resultado de una cultura que aún no prioriza la seguridad en el entorno virtual como lo hace en el mundo físico. O quizás, simplemente, subestimamos la sofisticación y la persistencia de quienes acechan en las sombras digitales.
Pero las consecuencias de esta falta de conciencia son cada vez más tangibles. Individuos que ven sus cuentas bancarias vaciadas, empresas que pierden información crítica y sufren interrupciones operativas costosas, instituciones públicas que son vulneradas exponiendo datos sensibles de la ciudadanía. Estos no son escenarios hipotéticos; son realidades que se repiten con una frecuencia alarmante en nuestro país.
La buena noticia es que esta brecha, aunque profunda, no es insalvable. El primer paso para construir una cultura de seguridad digital sólida es la educación. Necesitamos campañas masivas y sostenidas que informen a la población sobre los riesgos, las técnicas de ataque y las medidas preventivas. Esto debe comenzar en las escuelas y extenderse a todos los ámbitos de la sociedad.
El segundo paso es la responsabilidad individual y empresarial.
Cada uno de nosotros debe asumir un rol activo en la protección de su propia seguridad digital y la de su entorno. Esto implica adoptar prácticas seguras con nuestras contraseñas, ser escépticos ante comunicaciones sospechosas, mantener nuestros dispositivos y software actualizados, y realizar copias de seguridad de nuestra información valiosa.
La era digital nos ofrece oportunidades sin precedentes, pero también nos expone a riesgos igualmente inéditos. Cerrar esta brecha abismal de inconsciencia en la seguridad digital no es una opción, es una necesidad urgente para proteger nuestro presente y asegurar nuestro futuro en un mundo cada vez más interconectado. El momento de despertar y tomar conciencia es ahora, antes de que la próxima ola de ciberataques nos arrastre a consecuencias aún más graves.
(*) Comunicadora digital, filósofa, periodista colegiada, docente, empresaria, estratega, mujer política del siglo XXI.
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