Opinión

La realidad como espejismo

Por: Juan Carlos Liendo O’Connor

En un imaginario país enclavado en los Andes, sus habitantes, esos afortunados elegidos del destino, han alcanzado la cúspide de la humanidad: una fórmula mágica de gobierno que conjuga la inercia con una admirable falta de autoconciencia y un heroíco espíritu de negación.

En este rincón del mundo, la seguridad de sus ciudadanos no es un problema, sino un desafío existencial digno de una heroíca epopeya. Es más, el gobierno ha tenido el ingenio de mantener su estrategia y planes contra el crimen en el más absoluto secreto, no vaya a ser que los criminales —esos malandrines desalmados— adivinen sus próximos movimientos. ¡Una obra maestra de la táctica y de la estrategia, sin duda!

En esta tierra de mitos modernos, el pasado no importa. ¿Por qué molestarse en mirar hacia atrás cuando el camino al fracaso ya está tan bien pavimentado? Las medidas repetitivas y los planes reciclados, que han demostrado su absoluta inutilidad, no son problemas, sino tradiciones que deben honrarse. La comparación con realidades en otros lugares se mide exclsivamente en índices numéricos… una genialidad pura!, después de todo, quienes sugieren aprender de los errores no son visionarios, sino molestos detractores empeñados en retrasar el glorioso destino de la nación hasta el 28 de julio del 2026.

La joya de la corona, por supuesto, es el liderazgo político, un ejemplo perfecto de cómo gobernar con una mezcla de negación y autocelebración. La jefe de gobierno, una figura mitológica, desafía las encuestas con la gracia de llevar un “cero” como compañía permanente. ¿Corrupción? ¡Qué idea tan vulgar! Su gabinete de ministros, son paladines del progreso que dedican largas horas a defenderla de las críticas de aquellos que no aprecian el arte de gobernar con la pura y magistral percepción que brota de sus discursos.

Pero el verdadero prodigio está en el ministro indispensable y excepcional, cuya excelencia brilla más allá de las estrellas (y de las investigaciones judiciales). Este genio, que la diosa Fortuna nos ha concedido, es un ejemplo de liderazgo, de sabiduría indetectable, y de gestión estratégica sin plan; administra millonarios presupuestos con una ética que, aunque imperceptible para los mortales, se rumorea que existe. Rodeado siempre de un séquito de valientes jefes, su mayor virtud radica en transformar cualquier atisbo de crítica en un acto de “lesa majestad”.

Así, este país imaginario avanza imperturbable. La ola de violencia que lo sacude no es más que un leve inconveniente en su camino hacia la inmortalidad política. Porque, si algo queda claro, es que aquí los dioses no juegan a los dados: simplemente observan desde el Olimpo cómo sus hijos predilectos gobiernan con la brillantez de quien ha confundido la realidad con un espejismo.

(*) Exdirector Nacional de Inteligencia.

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