Una oportunidad desperdiciada por la frivolidad
Por: Ángel Delgado Silva

Habiendo transcurrido más de una semana del discurso presidencial, aún inquieta a las redacciones periodísticas. Sin duda, contribuye la inexistencia de hechos nacionales relevantes, en el quehacer político. Porque la prisión preventiva de Sada Goray y Mauricio Fernandini, el primer viaje de la presidente y los entuertos del titular de la Mesa Directiva del Congreso, son asuntos absolutamente menores.
Poco tienen que ver con la profunda y extendida crisis que atraviesa al Estado peruano, así como el terrible y desgarrador impacto en los menos favorecidos de la población.
Por ello, persisten las interrogantes sobre lo objetivos y propuestas del mensaje del 28 de julio; como si dándole vueltas, una y otra vez, se consiguiera extraer alguna pista válida para enfrentar, en serio, los retos del presente. Un vano intento, a nuestro juicio, porque jamás hubo tal intención. No se buscó delimitar el escenario ni precisar los juegos correctos para apartar al Perú del actual cáliz doliente. Por eso afirmamos que se perdió una gran oportunidad.
Para empezar, 72 páginas y más de 3 horas de soporífera lectura, no pueden ser la forma ni la actitud requerida para “tomar el toro por las astas”; menos aún el “ir al grano”, como lo exigen esta agobiante coyuntura. El mensaje que la Nación esperaba tenía que explicar cómo rondamos al borde del abismo. Igualmente el fracaso de una gestión donde la señora Boluarte era la número dos. Una autocrítica sincera y el pedir perdón a la ciudadanía hubiera sido lo deseable y oportuno.
Pero en su lugar se optó por una retahíla de ofrecimientos que escapaban a su competencia (cambio de elección de congresistas), aspiraciones sin sustento técnico (la petroquímica) y sospechosas (una policía paralela a la PNP). En cambio, nada dijo sobre la recesión económica; muy poco acerca de las acciones a tomar con el Niño Global; y absoluta insuficiencia sobre garantizar la seguridad de las personas. Un observador foráneo, que desconociera a la presidente, tendría la falsa impresión que estaba refundando la República desde cero e iniciando una era de prosperidad, paz y desarrollo.
Esta fuga hacia el mundo de la fantasía la inmuniza ante la cruda realidad. Y quizá la hace sentir bien. La esfera oficial, con sus loas y placeres, cautiva hasta los más fieros espíritus. No sorprende que la mandataria se embelese con los aplausos interesados del Congreso, con los vítores calculados de la Parada Militar y disfrute como nunca su primer viaje al Brasil, pletórico de atenciones y halagos. Pero estos efectos anestésicos serán contraproducentes, a la postre. Incrementará la distancia frente a una población decepcionada y redoblará las puyas malsanas. Pero, lo más grave, la frivolidad, esa mala consejera, obtura la mente para entender el papel que le corresponde, en esta aciaga hora nacional.
(*) Analista político
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