
La confianza es un factor clave en todos los aspectos de nuestra vida, incluso en la política. Pero la confianza es difícil de lograr si previamente a la decisión hay animadversión y rechazo. Más aún si se llega a los extremos del repudio. Este jueves 26 el Gabinete Ministerial, presidido por el premier Guido Bellido, se presenta en el Congreso de la República para solicitar la confianza, un paso necesario para la estabilidad política de un gobierno que recién empieza. La gestión del presidente Pedro Castillo tiene menos de un mes, pero ya ha corrido mucha agua bajo el puente.
Desde el punto de vista sociológico, la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada situación. Esta confianza se verá más o menos reforzada de acuerdo con los criterios y juicios de valor previos. En el caso del primer Gabinete Ministerial que eligió el presidente Castillo, que tuvo su primera baja con la salida del excanciller Héctor Béjar, la cuestión de confianza es antecedida por un prejuzgamiento, pues al menos ocho de los ministros son cuestionados por diversos motivos.
El panorama se torna muy complicado. La confianza se gana poco a poco y es muy frágil, pues se puede destruir en un segundo. “No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no pueda creerte”, decía el filósofo Friedrich Nietzsche. El caso es que los ministros tienen apenas unas semanas en sus cargos y es muy poco tiempo para medir su capacidad, honestidad y eficiencia. Se les cuestiona por cosas del pasado, que -claro- pueden dar luces sobre sus respectivas líneas de conducta.
La Cuestión de Confianza es un mecanismo constitucional por el cual el Poder Ejecutivo puede consultar al Congreso de la República, sobre el tema que estime conveniente, si aún cuenta con su confianza para seguir gobernando. En el caso de un gobierno que recién comienza, es indispensable que su primer Gabinete Ministerial solicite la confianza.
Sin embargo, la decisión que toma el Parlamento puede constituirse en un arma de doble filo. Si el rechazo alcanza los 66 votos (la mitad del número de congresistas más 1 en dos oportunidades, el gobierno queda facultado para disolver el Congreso y los 130 legisladores tendrían que irse a sus casas, para que se convoque a la elección de sus reemplazantes. Algo que realmente no deseamos. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.