Opinión

Los asilos políticos en el Perú (I)

Por: Martín Valdivia Rodríguez

El asilo político tiene su historia en el Perú. En 1992, Alberto Fujimori concedió asilo a 93 militares que habían fracasado en un intento de golpe contra el entonces presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, con el saldo de 300 muertos. Para ese entonces, Hugo Chávez ya estaba preso tras otro intento de rebelión y, desde su celda, se solidarizó con los militares golpistas acogidos por el gobierno de Fujimori. Después de 30 años, la esposa y los hijos del vacado presidente Castillo acaban de asilarse en México y muchos han puesto el grito en el cielo esgrimiendo argumentos que, en realidad, están fuera de lugar, pues el asilo es un mecanismo normal en las democracias.

No se trata de defender al expresidente Pedro Castillo, quien bien ganada tiene su vacancia y sus procesos fiscales. Por ahí algunos ven una contradicción en el hecho de que el gobierno de Dina Boluarte haya declarado persona no grata y expulsado al embajador de México, pero por otro lado entregó el salvoconducto a Lilia Paredes y sus hijos, lo que facilitó su viaje al país azteca. Sin embargo, se trata de una obligación del Estado peruano contraída en la firma de la Convención de Caracas en 1954, en vista de que el artículo 36 de la Constitución reconoce el asilo político y sus implicancias.

El asilo de mayor relevancia en el Perú data de 1949, cuando durante la dictadura de Manuel Odría, Víctor Raúl Haya de la Torre se refugió en la Embajada de Colombia aduciendo ser perseguido político. El general Odría, pese a la complicada situación, le concedió el salvoconducto al líder aprista, quien pudo viajar a Colombia, donde estuvo asilado 5 años, 3 meses y 3 días. Sobre este capítulo de la historia peruana, el expremier aprista Luis Alva Castro escribió un libro titulado “Víctor Raúl, El señor asilo”, con prólogo de Luis Alberto Sánchez.

Si el régimen de Odría, siendo militar, dictatorial y todo lo demás, le tuvo que entregar el salvoconducto a Haya en cumplimiento de compromisos internacionales, resultaba imposible, entonces, que el gobierno de Dina Boluarte se rehúse a conceder ese beneficio a la familia de Castillo.

Tras el autogolpe de Fujimori, en 1992, el expresidente Alan García protagonizó otra historia sobre persecución política, huida espectacular y asilo, igual que Haya, su maestro y guía. Pero nos faltó ·cancha· para terminar la jugada. Mañana contamos este interesante episodio. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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