
La República del Perú cumple 204 años, y no termina de forjar una élite genuinamente nacional, formada para servir y no para servirse, capaz de articular la diversidad de nuestras regiones y encauzar las energías de un país joven, rico y complejo. Sin esa viga maestra, el Estado se ha ido llenando de parches: caudillos, tecnócratas aislados y facciones improvisadas que gobiernan por tandas y se culpan entre sí cada vez que la estructura política cruje.
Hoy cruje a todo volumen. El Ministerio Público, supuesto guardián de la legalidad, se ha convertido en ring de box: una ex fiscal de la Nación, Patricia Benavides, respuesta por una Junta Nacional de Justicia (engendro de una seudo reforma en el gobierno de Vizcarra) irrumpió para recuperar su despacho con respaldo político y cámaras encendidas, mientras asesores y trabajadores cercanos a la ahora ex titular Delia Espinoza cierran puertas y bloquean accesos al mismo estilo de barricadas ante un desalojo policial, para luego atrincherarse en una teatral y extridente vigilia para las fotos de la prensa nacional e internacional, un estilo ya muy concido. La justicia queda paralizada mientras el ciudadano vuelve a preguntarse quién manda de verdad en el Perú.
El Ejecutivo, hundido en el rechazo general, permanece irrelevante en declaraciones tibias y que nadie toma encuenta; el Congreso, atrapado en su guerra de cuotas, carece de legitimidad para enmendar nada; y la economía —que aún late gracias al trabajo diario de millones— ingresa a un periodo de desconfianza de inversionistas que huyen del caos interminable. Cuando la ley tropieza, el crimen se adelanta; cuando la política se degrada, la desesperanza llena el vacío con discursos extremos. El peligro no es solo el desorden de hoy, sino la inevitable ruta autoritaria de mañana.
El proceso de formación del Perú como Estado – Nación continúa. Tenemos una sociedad con mayor acceso a la educación que en los 70 del siglo pasado, más conectada y atenta con los hechos políticos. Tenemos cadenas productivas que exportan talento, mineral y alimentos al mundo. Tenemos regiones dispuestas a innovar si se les abre el camino. Lo que falta es recuperar el sentido común: se requiere de una mínima clase de políticos capaces con algo de “honor” en su palabra, reforma profunda de la justicia y reglas electorales que premien la solvencia, no la estridencia. Ninguna receta funcionará sin la legitimidad popular real, no la ficticia que se contruye con titulares y fotos de prensa.
En estos momentos donde la Justicia del Perú cruje en sus cimientos más profundos, los poderes fácticos tienen que prepararse para tomar decisiones trascendentes para evitar ser aplastados por el derrumbe de la Justicia sobre sus cabezas y sobre la estrafalaria democracia peruana.
(*) Exdirector Nacional de Inteligencia (DINI)
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