
En un nuevo mensaje a la nación, muy a la altura de su insolvencia, Pedro Castillo anuncia un cuarto gabinete. No hay ninguna autocrítica, muy por el contrario, pretende culpar al congreso de la situación a la que él y su entorno canallesco están poniendo al país.
La conformación del gabinete Valer es un claro indicador de que ya hemos tocado fondo. Estamos ante un atentado al sentido común. Representa el empoderamiento del lumpen. Pero esto no es casual ni se debe solo a la incompetencia del ocupante de la presidencia. La degradación moral, la destrucción de las instituciones, la convivencia con la corrupción, la decadencia social y los escándalos es parte de una estudiada estrategia comunista para imponer su hegemonía.
En la medida en que la sociedad empieza a ver todo esto como normal y no reacciona, ellos han avanzado.
La instauración de la tiranía comunista en el Perú está en marcha. Todos los días nos van tanteando. Ensayando un acto más para ver si lo toleramos. Cada ministro que renuncia tras cometer alguna tropelía es reemplazado por uno peor. El nuevo ministro nunca corrige lo hecho por el anterior y así nos juegan al hecho consumado.
Todo esto sucede ante nuestros ojos como en una coreografía siniestra bajo las órdenes del Foro de Sao Paulo y el G2 cubano. Pedro Castillo es el nombre y apellido de la crisis que nos ha tocado vivir. Pero este ser despreciable es el ejecutor de un plan que excede su ignorancia supina.
Castillo es un agitador, un personaje de los bajos fondos de la cloaca comunista. Un emprendedor de huelgas y asonadas que de pronto se ha visto con todo el poder en las manos. Es absolutamente negado para la alta política. No es capaz siquiera de articular dos frases coherentemente, ni de leer un discurso elaborado por sus también impresentables asesores, pero como todo comunista es perverso y alevoso. Está entonces en disposición de cumplir el plan que le han trazado a la par que se victimiza.
La masiva desaprobación de la población no les preocupa. Van tejiendo lentamente la estructura que llegado el momento funcionará como una máquina opresora. Entonces será tarde. Sin libertades públicas, convertidos en un narcoestado más y bajo el control del castrochavismo solo quedará el camino de la insurrección o la diáspora.
En el camino irán quedando como estatuas de sal los que hicieron de su falsa dignidad una máscara para justificar su vergonzoso apoyo en la conformación de este infame gobierno.
En el camino quedaran los caviares presupuestívoros, que solo notaron la podredumbre del gobierno cuando perdieron su cuota de poder, su influencia en las políticas públicas y sus siempre bien pagadas consultorías. En el camino quedará la prensa acomodaticia que justificó toda la inmundicia que rodea a Castillo.
Cuando todo esto suceda será ya demasiado tarde. Pero ahora aún estamos a tiempo de reaccionar, quedan espacios democráticos y podemos expresarnos. Eso no durará mucho. Los ciudadanos patriotas y lo que queda del congreso tenemos el deber actuar decididamente para poner fin a esta pesadilla.
(*) Analista político
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