Opinión

Gobierno de Sagasti es un total fracaso

EDITORIAL

Quienes creyeron que Francisco Sagasti iba a hacer un buen gobierno, o regular al menos, se equivocaron. A muchos los encandiló el hecho de que, al asumir el mando, Sagasti recitara un poema de Vallejo, que su segundo apellido sea Hochhausler o que tenga maestría y doctorado por la Universidad de Pensilvania. Los pergaminos ni las apariencias garantizan el éxito. Nada de eso evitó el fracaso. Sí, a estas alturas, su gestión ya puede ser calificada como pésima.

Ese señor de maneras finas, hablar pausado y comparado con Don Quijote, no solo por su aspecto, sino también por su exquisito léxico, en realidad ha hecho poco o nada por ayudar a los peruanos a salir del hoyo en que se encuentran por la pandemia, los terribles dramas con muchos finales trágicos, así como sus consecuencias económicas, la recesión y el desempleo, el hambre y la desesperación.

Si Martín Vizcarra tenía asesores de la ralea del inefable Richard Swing, que lo condujeron a un callejón sin salida que terminó en su vacancia, los consejeros de Sagasti tampoco se hacen una. El hombre parece estar a la deriva en un barco que navega al garete sin más tripulación que un despistado capitán.

El mayor defecto de la gestión de Sagasti es su ineficiencia en la conducción de la pandemia, de las medidas para contener la propagación del virus y evitar más muertes. Seguimos en lo mismo, sin vacunas, camas UCI ni salas de atención siquiera para los casos no tan graves. No solo se trata de carencia, de indisponibilidad, sino también de deficiencia en la gestión.

El segundo más grave problema es el manejo económico, que implica el cierre de empresas y negocios con el consiguiente despido de los trabajadores. Miles de profesionales, de profesores, arquitectos y abogados, por ejemplo, han tenido que dedicarse a otras labores, como el comercio u oficios manuales, para poder ganar algo que les permita subsistir.

Un ejemplo que simboliza este drama es el emporio de Gamarra, que pierde más de 20 millones diarios debido al confinamiento y a las medidas de restricción que parecen pensadas por especialistas en seguridad ciudadana y médicos intensivistas, pero no por epidemiólogos, economistas, sociólogos y hasta antropólogos, que bien pueden contribuir en el hallazgo de alternativas en las que también se consideren los aspectos sociales, culturales y económicos. Porque los contagios son, en gran parte, un problema de conducta, de hábitos y determinadas condiciones en las que se puede influir con políticas acertadas aplicadas por el gobierno. No con experimentos.

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