Opinión

El reto de un feminismo plural, no punitivo ni excluyente

Por: Tullio Bermeo Turchi

El feminismo es uno de los movimientos sociales más importantes y transformadores de la historia moderna. Nació formalmente en el siglo XVIII, en medio del auge de las ideas ilustradas, cuando mujeres como Mary Wollstonecraft comenzaron a cuestionar el rol subordinado que la sociedad patriarcal les había impuesto durante siglos. Su obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792) es considerada uno de los primeros manifiestos feministas.

En consecuencia, el feminismo surge como una respuesta a la exclusión sistemática de las mujeres del ámbito público, de la educación, del derecho al voto y de la autonomía sobre sus propias vidas.

Desde entonces, las olas feministas han luchado por la igualdad de derechos: la primera, por el sufragio y la ciudadanía; la segunda, por el acceso a la educación, el trabajo y los derechos reproductivos; y la tercera y cuarta, por visibilizar la violencia de género, la diversidad y la justicia social. Gracias al feminismo, hoy las mujeres gozan de libertades que eran impensables hace apenas un siglo.

Sin embargo, como todo movimiento social, el feminismo también ha dado lugar a corrientes radicales que, en lugar de promover la igualdad, han optado por una lógica de confrontación y exclusión. El llamado feminismo extremo desnaturaliza los principios del feminismo clásico y opera desde una visión en la que las mujeres son las únicas víctimas y los hombres, los agresores. Bajo esta mirada, cualquier crítica, cuestionamiento o disenso es percibido como una forma de opresión patriarcal. Uno de los peligros más serios de esta corriente es su influencia en el ámbito judicial.

En algunos casos, se ha defendido la idea de que el testimonio de una mujer debe bastar para condenar al agresor, incluso si no existen pruebas concluyentes. Si bien es cierto que muchas víctimas de violencia sexual enfrentan enormes dificultades para demostrar lo ocurrido, debilitar la presunción de inocencia pone en riesgo el equilibrio del sistema de justicia. No se puede defender un derecho atropellando otro.

Además, el feminismo extremo ha generado un clima de intolerancia ideológica, donde cualquier opinión contraria es silenciada o ridiculizada, incluso si proviene de otras mujeres. Esta actitud sectaria empobrece el debate, genera divisiones innecesarias y debilita la causa feminista, que debería ser inclusiva, crítica y plural.

Otro aspecto preocupante es la imposición del lenguaje inclusivo como norma obligatoria. Aunque el uso de términos como “les ciudadanes” busca reconocer a personas no binarias y promover una comunicación más equitativa, imponerlo sin un consenso social amplio puede generar rechazo y confusión. El respeto por la diversidad lingüística debe nacer del diálogo, no de la imposición.

El feminismo que el mundo necesita hoy es uno que defienda los derechos de las mujeres sin replicar los errores del patriarcado, sin imponer una visión única, sin excluir ni censurar. Un feminismo que construya, no que destruya; que busque justicia, no revancha.

No se trata de renunciar al feminismo, sino de recuperar su esencia: luchar por la equidad, el respeto mutuo y una sociedad donde todas las personas, sin importar su género, tengan las mismas oportunidades para desarrollarse plenamente.

(*) Juez titular de la Corte Superior de Justicia de Ucayali.

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