Opinión

El fútbol no es una guerra

En el Perú, siempre tratamos de imitar lo que viene de afuera. En política, la ortodoxia en las teorías capitalistas o socialistas, los estilos de oratoria y hasta las palabras —caviar, por ejemplo, viene de la expresión francesa gauche caviar, como resaca de la revolución rusa de 1917— se suelen importar de otros países. Aunque casi siempre es mala copia. Pero también hay imitación en las modas, en el arte y hasta en la afición al deporte. En Brasil, hinchas del Flamengo atacaron a los de Boca Juniors en las playas de Río de Janeiro. Y, para no quedarse atrás, acá, en Lima, supuestos barristas de la “U” dejaron una corona de fúnebre en la casa del Carlos Zambrano, defensa central de Alianza Lima, en las vísperas del clásico que definirá al campeón.

En la corona colocaron una tarjeta firmada por la Trinchera Norte, pero eso no indica necesariamente que un acto de esa naturaleza, tan bajo, temerario y reprobable, haya sido idea de una institución reconocida como la más poderosa barra del equipo crema. Si no es así, se trataría de un acto doblemente condenable. Sea como fuere, la intención de este desaguisado es amedrentar al citado jugador y al equipo aliancista.

Este recurso vedado y traicionero, con amenazas, ataques y hasta muertes, era común hasta hace algunos años en Europa, pero las campañas de los clubes y las acciones policiales en países como Inglaterra con los “hooligans” y Italia con los “tiffosis” permitieron reducir el vandalismo de las barras bravas a su mínima expresión. Sin embargo, por una cuestión aparentemente de índole social y política, que en realidad no tiene que ver con el deporte en sí, parece que las barras bravas intentan volver en Brasil y, por esa especie de efecto espejo que lleva a los peruanos a imitar lo que hacen en otros países, a alguien se le ocurrió colocar el arreglo floral en la casa de Zambrano como un acto de intimidación.

Tal vez el autor de esta acción sea un desadaptado que usó el nombre de la barra de la “U”, como aquel que en marzo pasado ingresó a la cancha en un partido entre el Birmingham City y el Aston Villa de la Premier League, para golpear al jugador Jack Grealish. Fue un hecho fortuito y su autor no era miembro de una barra brava, sino un drogadicto que actuó por su cuenta, que cinco meses después fue hallado muerto por sobredosis de alcohol y cocaína.

El fútbol no es una guerra, sino un deporte competitivo. El vandalismo, amenazar y atacar al rival y sus hinchas, no es ningún acto de valentía, sino más bien una conducta degradante que denota debilidad y complejo de inferioridad. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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