
Hemos llegado a una encrucijada: si Dina continúa por la izquierda, llevará al Perú al precipicio; si, por el contrario, reconoce la necesidad de cambios y opta por un gobierno de unidad nacional, podría proporcionar la estabilidad que la nación necesita tanto para encaminarse hacia un modelo político y económico de crecimiento con justicia social.
La señora, como ya sabemos, es un producto del azar de la historia al que respetamos porque cumple con los requisitos mínimos de sucesión constitucional. Desde diciembre pasado hasta hoy ha mostrado mejoras y ha tenido un desempeño prudente en lo fundamental, aunque desde la perspectiva ideológica no puede distanciarse de su origen como perulibrista.
La aparente tranquilidad del régimen se debe a un Parlamento que se niega a desaparecer con elecciones anticipadas a pesar de su impopularidad del 97%. Y desde el Ejecutivo, la apariencia de normalidad institucional la proporciona Alberto Otárola, quien maneja bien las cámaras pero solo administra un gabinete mediocre que no valdría un centavo si no fuera por el dique de contención del BCR, que sostiene una economía afectada por la recesión y la desconfianza.
Otárola brilla en contraste con la brutalidad de Castillo y su banda; pero es mediocre sin la visión necesaria para entender que lidera un gobierno que no es de transición, sino un largo complemento de tres años; y que, por lo tanto, está obligado a gestionar un verdadero programa de desarrollo a medio plazo y no solo el conjunto desordenado de medidas urgentes presentadas ante el Congreso.
Otárola es ideológicamente un caviar reciclado, admirador de Hugo Chávez, partidario del estatismo elefantiásico y desastroso de Petro Perú, la Refinería de Talara y la anti minería. Sin lealtades, es capaz de traicionar a su propio ministro de Energía y Minas, mientras se acoge con traidores militares como Chávez Cresta y propone absurdos como un estado de emergencia sin fundamento frente a la inseguridad ciudadana, imaginando que todo se resolverá con la final desaparición de la policía y la creación de un cuerpo paramilitar.
Otárola también es incompetente al permitir el drama social y económico del Perú provinciano, mientras tolera que la ineficiencia de Sedapal esté a punto de dejar sin agua a 10 millones de personas; que en el norte del país El Niño esté listo para devorar al pueblo; y que en el sur Puno siga subyugado por el separatismo y Sendero.
Continuar así hasta 2026 nos llevará al desastre. Se está entregando el futuro nacional en bandeja al antaurismo y a los monstruos de esa izquierda caviar y andino-marxista que por ahora están enfrentados pero coinciden en el objetivo de destruir la república liberal.
La alternativa es clara: Boluarte debe reconocer que desde el centro democrático y la derecha le hemos lanzado un salvavidas; por lo tanto, es hora de que proponga una renovación profunda, con un gobierno amplio y de unidad nacional. Solo eso puede devolver la confianza a un pueblo que duda de la democracia y sabe que con un crecimiento del PBI del apenas 0.9% está condenado a la pobreza.
La alternativa está presentada. Dina, pasa a la historia como una componedora racional, honra el hecho singular de ser la primera presidenta mujer del Perú.
(*) Analista politico
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