Opinión

¿Del triunfo jurídico a la derrota política?

Por: Ángel Delgado Silva

Una inquietud pulsa estas líneas: alertar un eventual nefasto desenlace. Archivar la iniciativa presidencial para cambiar la Constitución, fue una decisión correcta y oportuna. Es que el Congreso no puede ser cómplice de una ostensible maniobra oficialista. Pues estamos muy lejos de un proceso constituyente en serio, sencillamente porque no existen las condiciones propicias. Lo saben todos los gobiernistas. Ni las multitudes comulgan con tal predicamento ni poseen los votos parlamentarios necesarios. Como la oposición que tampoco tiene los suyos para vacar al presidente.

Entonces, la susodicha “asamblea constituyente” apenas sería un fantasma, ajeno a toda materialidad real. Un mero gesto para animar a las desconcertadas izquierdas, mediante el retorno de su desvencijado mito. Y también una pueril respuesta justificadora ante tanta incompetencia gubernamental. Así las cosas, hubiera sido un craso error dilatar el debate sin fin. Se le habría hecho el juego a la patraña enclaustrando a la opinión pública en una trama distractora, soslayando lo fundamental de la coyuntura.

Sin embargo, esta inicial victoria institucional, sellada jurídicamente, podría revertirse debido al entusiasmo excesivo o la ingenuidad de muchos demócratas, que no advierten lo arriba expresado. De eses pelambre son los lamentos porque no se discutió en el Pleno del Congreso, en infeliz coincidencia con los que querían eternizar la confrontación para sus viles objetivos. También hay candidez en los que, ganados por el personalismo, hacen marchas extemporáneas, resucitando la cuestión constitucional ya archivada.

¿Cuál sería el peligro de este infantilismo? En el corto plazo ayuda al Gobierno a desviar la atención. La hipótesis que el “cambio constitucional” domina la escena ocultaría el inmenso repudio al régimen castillista. Involuntariamente se asumiría la agenda oficialista, colaborando con su estrategia de confusión.

Pero a largo plazo la cosa sería gravísima. Veamos. Hoy la protesta de la gente no entronca con la constitucionalidad. Más aún, para una vastísima mayoría el tema les resulta absolutamente ajeno. Ni siquiera podrían frasear sus demandas en esos términos. Sin embargo, en política las cosas jamás son para siempre. Y de tanto repetir: “nueva constitución” como una letanía, al final podría instalarse en la conciencia social la idea peregrina, que ese vocablo –que no terminan de entender– es sinónimo de una vida superior. Poco vale que la Constitución no guarde relación directa con dicha aspiración difusa. Lo importante es la fusión simbólica de tales creencias, en el imaginario popular. Como los movimientos milenaristas de la Edad Media que resolvían sus esperanzas en el fin del mundo. O, en nuestra tradición andina, con el mito de Inkari. ¡Si eso sucediera, que Dios nos agarre confesados!

(*) Constitucionalista

* La Dirección periodística no se responsabiliza por los artículos firmados

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