
Hay un claro hilo conductor que recorre la historia del guano de islas, desde la firma del contrato Dreyfus (1869) y sus consecuencias, hasta el escándalo por la incapacidad del actual Gobierno para firmar otro contrato, ya no para la exportación, sino para la importación de urea (2022), otro fertilizante para la tierra. Ese nexo, esa especie de cordón umbilical, es la corrupción pertinaz y la obstinación de las clases políticas en sostener nuestra economía en la extracción de recursos naturales, renovables o no, para exportarlos sin procesarlos, sin aprovecharlos para generar industria manufacturera y, con ellos, puestos de trabajo.
Han pasado exactamente 153 años y el Perú, rico en minerales, petróleo, madera fina, tierra fértil que produce casi de todo y un inmenso mar de abundantes recursos hidrobiológicos, sigue siendo un país que depende de una economía extractiva.
Parece increíble, pero la urea, ese insumo hoy indispensable para agricultura y que sirve de “insumo” para nuestra columna de hoy, es un compuesto químico que se genera en el hígado y se elimina por la orina y el sudor. También se produce mediante síntesis química para uso industrial en la elaboración de fertilizantes y cosméticos. Cualquier país puede producir urea, pero necesita gran potencial energético y tecnología de punta.
¿Por qué tenemos que importar tantos productos de lejanos países, si en el Perú podemos producirlos? ¿Por qué tenemos que importar urea si en nuestro país podemos crearla? Es cierto que no tenemos tecnología adecuada, pero en tanto tiempo ya deberíamos producir muchas cosas que se importan, como en Bolivia, que sí tiene una en la elaboración de urea y está instalando otra para dedicarla a la exportación. La razón principal por la que nuestros políticos deshonestos —desde los albores de época republicana— han conducido al país hasta esta triste dependencia económica es que la exportación de materia prima era el camino más corto para la corrupción. Ahora lo son las obras públicas, pero ese es tema de otra columna.
El contrato Dreyfus, entonces, dio lugar a una bonanza exportadora que ocasionó lo que los historiadores denominaron el periodo de “prosperidad falaz”. De tanto pedir pago adelantado por el guano de islas y préstamos que se despilfarraron, acumulamos una deuda que los corruptos convirtieron en una gruesa cadena que costo mucho pagarla después de muchas décadas. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.