Opinión

Ambigüedad que siembra dudas

Por: Martín Valdivia Rodríguez

Por alguna razón, la ambigüedad se ha convertido en un recurso recurrente en las relaciones personales, familiares y sociales. Se lanzan expresiones que pueden entenderse o interpretarse de diversas maneras. A veces una ambigüedad es ingenua, no tiene malas intenciones, pero puede causar sorpresa, desconcierto, duda, vergüenza y rechazo. En otras ocasiones se utiliza como arma de doble filo o como herramienta del sarcasmo con el objetivo de burlarse o herir a otra persona o grupo.

El premier Aníbal Torres es cuestionado por decirle “miserable” al cardenal Pedro Barreto y en su defensa alega que, en su tierra, Chota, Cajamarca, una persona se refiere de otra de esa manera cuando no recuerda su nombre. El lenguaje es tan rico que hay que analizar la situación, el contexto y hasta el tono de una frase para calibrar sus verdaderas intenciones.

Lo que dijo Torres fue exactamente lo siguiente: “Ahí tenemos un cura… el cura Valverde. Discúlpenme, no… me equivoqué. El cura que es, este… autoridad en Huancayo, que en este momento me olvidé su nombre, ¿tan miserable puede ser esta persona? ¿No? ¡Yo he conversado con él en días anteriores! Y él cree que uno es un tonto, que no se da cuenta. Él lo que está es a favor de ese grupo de poder en el Perú, porque él jamás se pronuncia a favor de las grandes mayorías…”.

Según el diccionario de la RAE, miserable tiene cinco acepciones: “ruin o canalla; extremadamente tacaño; extremadamente pobre; dicho de una cosa: insignificante o sin importancia; y desdichado, abatido o infeliz”. El premier Torres da a entender que se refirió a la segunda, de lo que debemos deducir que utilizó miserable como sinónimo de tacaño. Efectivamente, en algunas regiones de países como Perú y México suelen decir que una persona es tacaña o miserable cuando no se recuerda su nombre.

Sin embargo, analizando las palabras del primer ministro y cómo fueron expresadas, se percibe un tono irónico premeditado. Empezó confundiendo el nombre de Barreto con el del cura Valverde, aquel que acusó a Atahualpa ante Pizarro de haber tirado al suelo la Biblia y por eso pidió combatirlo. No se sabe si Torres había olvidado el nombre de Barrero o simuló no recordarlo para calificarlo justificar su calificativo de “miserable”.

Ese tipo de dudas siembra la ambigüedad en una frase que, por otro lado, nos ha hecho recordar a la genial novela “Los miserables”, que Víctor Hugo escribió en el siglo XIX como una denuncia social y un alegato en defensa de los oprimidos. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.

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