Desde que asumió el poder –el 20 de enero de este año– Donald TRUMP se propuso acabar con los focos bélicos alentados por la administración BIDEN. Estimaba que era imprescindible un clima de distensión capaz de reordenar la economía mundial, de forma tal que posibilitara la recuperación de los EE.UU.; la política del American First. En lo inmediato: concluir la guerra de Ucrania con su drenaje de miles de millones de dólares. Y, de esta manera, comprometer a PUTIN en el restablecimiento del intercambio comercial, instando a una Rusia potencia a ocupar su lugar en un futuro escenario tripolar, al lado de China y USA.
Este plan se ve obstaculizado (no por el títere de Kiev, cuya opinión poco importa) por la resistencia de la Unión Europea –Alemania y Francia, más Gran Bretaña, en particular– que han adoptado una postura belicista a ultranza. TRUMP ha declarado su distancia del conflicto, ha reprendido durante a ZELENSKI por su estulticia, ha criticado la irresponsabilidad de los europeos que desataría la Tercera Guerra Mundial. Al mismo tiempo, ha buscado acercarse al presidente de Rusia reconociendo sus demandas territoriales, además de admitir que Moscú ya venció en la contienda. Pero hasta el momento todo ha sido inútil.
La tozudez más recalcitrante y necia viene imponiéndose sobre el sentido común. Sin duda, en el Viejo Continente se ha instalado una temeridad escalofriante.
Los ataques del último domingo en territorio ruso –cuatro aeropuertos más la voladora de puentes que han descarrilado a sendos trenes de pasajeros– tienen un indudable sello terrorista. Son una clarísima provocación ucraniana, alentada por la OTAN. Y lo más grave, a 24 horas de reanudarse las negociaciones de paz en Estambul. No hay que ser zahorí para descubrir la intención de sabotear dicho encuentro.
Es una baza para prolongar la guerra, sin ponderar las consecuencias ni los riesgos. El Kremlin no tardará en tomar represalias de gran calado. Pero no solo contra el régimen de Kiev, sino también alcanzarán a los países de la OTAN que azuzan, abastecen y arman con frenesí y descaro a los ucranianos en su aventura guerrerista. En otras palabras, decir, el clima bélico podría escalar peligrosamente hacia niveles inimaginables.
La promesa de TRUMP de finalizar la guerra se desvanece aceleradamente. En USA ha surgido una oposición a su voluntad, no sólo del partido demócrata, sino de elementos de su propio gobierno seducidos por la rusofobia.
Nada parece evitar la locura del mortal desenlace atómico. Mientras tanto, aquí en el Perú, asfixiados por políticas triviales y golpeados por la angustia de las carencias sociales, estamos condenados a una obnubilación permanente que nos desinforma y nos aísla del acontecer internacional. Por esa razón, somos incapaces de conectar los sucesos locales con las mega-tendencias que están modulando el mundo del mañana.
(*) Abogado constitucionalista
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