El cambio en democracia: entre el castrismo, oligarquías y militarismos
Por: Víctor García Toma

La década de los 60 estuvo marcada por el avance del comunismo, como consecuencia de la traición a la Revolución cubana; inicialmente inspirada en la lucha contra la oligarquía, la presencia imperialista y la consagración de una democracia social. Fidel Castro trastocó el rumbo de la revolución y la colocó al servicio del ideario estalinista promovido por la Unión Soviética.
Desde Cuba se prepararon las oleadas guerrilleras que promoverían la lucha de clases, la dictadura del proletariado, el centralismo democrático y la economía centralizada bajo la égida del Estado.
Contra esa acción política se alzarán los partidos latinoamericanos inspirados en el pensamiento aprista. Ello fue patente en Costa Rica, Venezuela y República Dominicana.
Serán ellos, fundamentalmente, los que harán frente a esta arremetida comunista, sin arriar las banderas antioligárquicas, opuestas a la sumisión u obsecuencia estatal ante las grandes potencias hegemónicas y en favor de la libertad con justicia social.
En las elecciones presidenciales del 62 —que ganó Haya de la Torre—, se jugó por la opción del cambio en democracia, frente a otras candidaturas que dejaban duda sobre su consistencia contra el comunismo o eran abiertamente obsecuentes al statu quo.
John Kennedy fue un liberal progresista que tenía clara la necesidad de que América Latina adoptase fórmulas de cambio político, social y económico, so pena de servir de “pista de aterrizaje” a las ideas opresoras y empobrecedoras del “socialismo real”. Esa apertura fue el reconocimiento de que era la única manera de evitar que la URSS se consolidara en la otra América.
El asesinato de Kennedy acabó con esta visión renovadora de las posiciones norteamericanas en nuestro continente; y contribuyó a acentuar la ascendencia castrista. Quizá allí se perdió la oportunidad de construir un interamericanismo democrático sin imperio.
El antiaprismo militar, consentido desde décadas por Washington, llevó al país a una nueva ruptura del orden constitucional y la continuidad del viejo orden. En puridad, ello sucedió también en países amigos.
Las luchas enrevesadas entre las oligarquías nativas y el rancio militarismo, la presencia guerrillera del castrismo y las victorias truncas de los movimientos democráticos de izquierda, desembocaron en una serie continua de interrupciones constitucionales.
Así, en Argentina (1962), Haití (1963), Ecuador (1963), República Dominicana (1967), Uruguay (1973), etc., los ciudadanos fueron víctimas de la represión o la violencia vesánica.
En el cambalache de gobiernos de izquierda alineados o con aires marxistoides y gobiernos represivos de derecha, América Latina perdió la oportunidad de construir sociedades democráticas de pan con libertad.
El peligro del comunismo no ha menguado. Empero, las ideas hayistas siguen al servicio de la causa contra las tiranías y en favor de la construcción de sociedades que se encaminan al progreso y en fraternidad.
Felizmente, la abnegación de los demócratas inspiradores del cambio social sigue siendo reconocida como un valor cívico y político. No puede ser ignorada porque los rastros de nuestra reciente historia se presentan como fieles testigos.
(*) Expresidente del Tribunal Constitucional.
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