
En los últimos tiempos, el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo en Lima, un lugar que históricamente ha sido cuna de formación sacerdotal sólida y fiel a la tradición católica, ha sido escenario de decisiones que alarman. Una de las más recientes y preocupantes es la eliminación de la obligación de misa diaria para los seminaristas. Este cambio, que se rumorea está influenciado por el actual arzobispo de Lima, monseñor Carlos Castillo, representa no solo un alejamiento de la disciplina espiritual que debería caracterizar la vida de quienes se preparan para el sacerdocio, sino también un síntoma más amplio de la deriva progresista que parece haber tomado la arquidiócesis.
La misa diaria es el corazón de la vida espiritual. Es el encuentro cotidiano con Cristo en la Eucaristía, el sacrificio que renueva la alianza entre Dios y su pueblo. Para un seminarista, cuya vocación es configurarse como el sacerdote, participar en este misterio no debería ser opcional, sino una necesidad intrínseca de su formación. Quitarle esta obligación no es un simple ajuste práctico; es un golpe a la sacralidad del camino sacerdotal, una señal de que lo sobrenatural puede ser relegado a un segundo plano en favor de una visión más secular y acomodaticia.
El arzobispo Castillo, por su cercanía histórica con corrientes como la teología de la liberación y su estilo pastoral marcadamente progresista, parece estar detrás de esta decisión. Aunque no hay una declaración oficial que lo confirme directamente, su trayectoria y las transformaciones en la arquidiócesis bajo su liderazgo alimentan estas sospechas. Castillo, nombrado arzobispo en 2019 por el papa Francisco, es un agente del progresismo globalista y un enemigo de lo tradicional por lo que prioriza una Iglesia “en salida” sobre la preservación de tradición. Este enfoque a menudo termina diluyendo la esencia de la fe en aras de una supuesta relevancia contemporánea.
El Seminario de Santo Toribio no es ajeno a controversias recientes. Hace algunos años, la realización de “fiestas de casino” en sus instalaciones ya había levantado críticas entre los fieles, que veían en ello una banalización del espacio sagrado destinado a formar pastores al servicio de Dios.
Ahora, con la supresión de la misa diaria como requisito, se percibe una continuidad en esta tendencia: una pérdida de la seriedad y la reverencia que deberían definir la vida seminarística. La disciplina, entendida no como un yugo opresivo sino como un medio para ordenar la vida hacia lo trascendente, está siendo erosionada en favor de una libertad mal entendida que aleja a los futuros sacerdotes de su identidad más profunda.
Este giro en el Seminario de Lima no puede verse aislado del contexto más amplio de la Iglesia peruana y universal. El progresismo, con su énfasis en adaptar la fe a los tiempos modernos, ha ganado terreno en muchas diócesis, a menudo a costa de las prácticas que han sostenido a la Iglesia durante siglos. El camino a la herejía modernista está asfaltado. En este caso, la eliminación de la misa diaria obligatoria refleja una mentalidad que subestima el valor de la liturgia como fuente de santidad y fortaleza espiritual. Si los seminaristas no están inmersos en la Eucaristía, ¿Cómo podrán transmitir su centralidad a los fieles que algún día guiarán? Si la disciplina se relaja en la formación, ¿Qué clase de sacerdotes emergerán de estas aulas?
Esta situación es un llamado urgente a la reflexión y a la acción. La Iglesia no puede permitirse formar sacerdotes desconectados de la tradición litúrgica y espiritual que les da su razón de ser. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono del seminario y modelo de obispo misionero, recorrió incansablemente el Perú para llevar la fe a su pueblo, siempre sustentado por una vida de oración y devoción eucarística. Hoy, su legado parece desdibujarse en la institución que lleva su nombre.
(*) Analista político.
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