Preocupaciones y tormentos de Vargas Llosa
El Premio Nobel de Literatura 2010 no le temía a la muerte, pero quería que lo encuentre escribiendo

Por: Gerardo Porras
A Mario Vargas Llosa, quien es, sin duda, el peruano más ilustre del siglo XX, no lo angustiaba la muerte, pero quería que esta lo encuentre escribiendo. Y luchó hasta el final por conseguirlo, mientras la leucemia lo consumía, como lo hizo la disentería con Antonio Conselheiro, el predicador y líder de Canudos en “La guerra del fin del mundo”, una de sus novelas más completas y mejor logradas.
Luego de despedirse de la ficción con “Le dedico mi silencio” (2023), Vargas Llosa anunció que lo último que haría sería escribir un ensayo sobre Jean Paul Sartre. Y en eso estaba, se supone, cuando llegó su hora final. Por cierto, su último cuento fue “Los vientos” (2020), una obra inédita en la que ratifica su mirada triste del mundo actual, su lectura del futuro de la humanidad, que lo atemorizaba en mayor medida que estar cada día más cerca del fin.
Etapa crepuscular
La mayor preocupación de Vargas en su periodo crepuscular ya no era la política —felizmente—, sino la decadencia de la cultura, la banalización de las artes, el destino de una sociedad que lee cada vez menos, el daño que le está haciendo la tecnología —con sus redes sociales, su realidad virtual y su frivolidad— a la cultura, al buen hábito de la lectura, al interés sincero por el conocimiento, a la capacidad de admirar la belleza.
El último representante del “boom” latinoamericano llegó a decir que “la tecnología imprime a la literatura una cierta superficialidad. En la pantalla se escribe informalmente, no infunde respeto”. Y que un texto impreso en papel, en cambio, “infunde un respeto casi religioso al escritor. Uno se queda pasmado de la indigencia gramatical de los textos hechos para internet”. Le preocupaban la mala redacción de las páginas web, las redes sociales y todo lo que tenga que ver con las plataformas digitales.
Mirada melancólica
Hizo saber ese temor en su último gran ensayo, “La civilización del espectáculo”, donde describía la triste y lamentable farandulización de la sociedad a la que estamos asistiendo. Señala Vargas Llosa en esa obra que, en el pasado, la cultura fue una especie de conciencia que impedía dar la espalda a la realidad, pero ahora actúa como mecanismo de distracción y entretenimiento.
Se atrevió a afirmar, incluso, que la cultura está a punto de desaparecer. Esa decepción y esa melancolía también están presentes en sus últimas obras, “Le dedico mi silencio”, “El héroe discreto” (2013) y “Cinco esquinas” (2016), que constituyen una trilogía novelística del Perú contemporáneo.
En “El héroe discreto”, hace doce años, ya describía no solo a una sociedad marcada por la corrupción y el crimen, también pronosticaba a qué extremos podían llegar las bandas criminales dedicadas a la extorsión y el cobro de cupos que hoy son el principal problema del país.
Falsa rivalidad con Arguedas
Un sector intelectual perverso e injurioso pretendió hacer creer que existió una encarnizada rivalidad, resentimiento y hasta odio entre Vargas Llosa y José María Arguedas, pero las fuentes epistolares de las biografías del Nobel demostraron todo lo contrario.
Entre Vargas Llosa y Arguedas existieron mutuos sentimientos de admiración y respeto, como consta en diversas cartas que el autor de “Los ríos profundos” le envió en los años 60 y que recientemente fueron donadas a la Pontificia Universidad Católica del Perú.
“Hay en tu alma generosidad e iluminada rebeldía. Ambas cosas surgen de la pasión con que vives. La verdad y el amor con que tocas a nuestros hermanos de todas partes. Reconozco en ti, con gratitud y esperanza, a la juventud peruana y de nuestra América Indígena (…)”, le escribe Arguedas a Vargas Llosa en una misiva enviada desde Santiago y fechada en octubre de 1964.
Arguedas le contaba que su amistad lo conmovía hasta las lágrimas. El hecho de que esa falsa enemistad haya quedado desmentida causó cierto sosiego, según tenemos entendido, en nuestro Nobel. Se fue Vargas Llosa, pero nos dejó un patrimonio invaluable a los peruanos, una vasta obra literaria que lo hizo merecedor al Premio Nobel del 2010 y muchas otras distinciones. “Conversación en La Catedral”, “La ciudad y los perros”, “La casa verde” y muchos otros libros son clásicos de la literatura peruana. Eso nunca morirá.