La fiesta de la república inconclusa
Hace exactamente 202 años, el 28 de julio de 1821, el Perú accedió formalmente a su independencia, bajo la fórmula de la voluntad general de sus pueblos y la causa libertaria que Dios defiende.
Con perspectiva histórica lo primero que debemos advertir es que no nos independizamos repudiando a España, sino que nos separamos de la metrópoli -en ese momento empeñada en su guerra contra el invasor francés-, puesto que fuimos un territorio o provincia de ultramar; porque fuimos parte constitutiva del Imperio y
por tanto no una colonia, sino un virreinato. Hecha esa precisión, sería larguísimo debatir toda la causa independentista, pero queda en claro que el régimen económico, político y social necesitaba un recambio sustantivo y urgente. Las tensiones en toda Iberoamérica se acentuaron mucho en el siglo XVIII y ya para 1821 estaba en curso un proyecto militar imparable.
En lo que no hubo unidad de criterio hasta el final fue en el modelo político que debía adoptarse. La independencia se sella en dos momentos posteriores a la declaración: las batallas de Junín y Ayacucho de 1824 y el combate naval de Angamos del 2 de mayo de 1866.
Sin embargo la búsqueda de una casa imperial europea que instaurara una monarquía peruana cesa recién hacia 1872. La república por supuesto que era un ideal reclamado por muchos bajo la inspiración revolucionaria de Francia (1789); pero las condiciones objetivas no estaban dadas ni en lo ideológico ni en lo material. El Perú naciente era todavía semi feudal y no había conciencia de ciudadanía. El poder político estaba inspirado en las castas y no en la convicción de formar un gobierno del pueblo para el pueblo. Tampoco se
entendía claramente la separación de los poderes públicos y mucho menos la urgencia de consolidar una nación homogénea.
Por ello el siglo XIX estuvo signado por catorce guerras civiles producto del caudillismo y el militarismo; así como por la tragedia de la Guerra del Pacífico, en la que nunca debimos intervenir y menos perder por causa de los traidores a un concepto que solo lo entienden pocos hasta hoy: la patria.
El siglo XX fue esperanzador gracias al acentuamiento irrevocable del mestizaje que nos sustenta como un
pueblo unido con vocación de futuro común. Pero el caudillismo de algunos oligarcas, el autoritarismo
socializante y perverso de Velasco Alvarado y la violencia fratricida del
terrorismo de Sendero y el MRTA afectaron profundamente la estabilidad de la nueva nación.
En lo que va del siglo XXI hemos logrado defender la existencia de la república unitaria con la derrota militar de la subversión y la cárcel para el golpista comunista Castillo. Por fin nuestras finanzas nacionales son sólidas gracias al segundo gobierno aprista y tenemos la capacidad de proyectarnos como una potencia mundial.
“Nos toca hoy luchar contra la gran conspiración internacional que busca el separatismo de Puno y todo el sur peruano; y contra las corrientes ideológicas gramscianas y progresistas que pretenden someternos a una dictadura socialista latinoamericana”.
Sin embargo, nos toca hoy luchar contra la gran conspiración internacional que busca el separatismo de Puno y todo el sur peruano; y contra las corrientes ideológicas gramscianas y progresistas que pretenden someternos a una dictadura socialista latinoamericana (el Foro de Sao Paulo) y refundarlo todo sobre bases ajenas a nuestra
identidad histórica y nuestra civilización judeo cristiana.
No pretendo ser pesimista con estas líneas sino, por el contrario, urgir a la reacción nacionalista que siga construyendo y saneando el proyecto de una nación noble y poderosa que sí tiene capacidad de sanear sus errores en paz y libertad con justicia social. ¡Que viva el Perú!
(*) Analista político