Hogar, escuela y sociedad
No es novedad que en el país haya delincuentes adolescentes. Se sabe, incluso, que existen escuelas del crimen donde adiestran a niños desde los 12 o 13 años en el uso de armas de fuego para convertirlos en sicarios. Pero que dos escolares de un centro educativo de San Juan de Lurigancho lleven armas de fuego a su colegio y hagan alarde de ellas a sus amigos de clase es ya un síntoma estremecedor. Y que esos niños tengan, entre sus libros y cuadernos, tarjetas bancarias presumiblemente robadas, ya es un remezón tremendo a la sociedad.
Los colegiales, ambos de 15 años, no solo tenían en sus mochilas una pistola y un revólver, sino también seis tarjetas de diferentes bancos. Según las primeras investigaciones, las armas serían de un tío de uno de los menores, pero no así las tarjetas bancarias. Con tantas bandas que se dedican al raqueteo, asalto, secuestro y extorsión, los padres de familia del colegio están preocupados por sus hijos, temen que algo malo les pueda pasar.
Es sabido que la delincuencia juvenil tiene raíces estructurales. Que la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la falta de oportunidades empujan a muchos jóvenes al mundo del hampa. El contexto, la marginalidad, por otro lado, puede convertirse en un semillero de delincuentes. Hay otros factores, como el uso de drogas o los hogares disfuncionales, de familias en las que los conflictos, la mala conducta y, a veces, el abuso por parte de los miembros individuales, llevan a esas personas por caminos equivocados.
Pero no en todas las familias humildes y los barrios pobres hay delincuentes. Las carencias, las dificultades económicas, no necesariamente convierten a un ser humano en ladrón. Los valores y la cultura son un antídoto, una vacuna contra la tentación de apoderarse del bien ajeno.
De tal manera que no basta con que se imponga más control en el colegio, se sermonee a los padres de esos niños y los profesores traten de orientar mejor a sus alumnos en valores morales, en códigos de ética. Supeditar la solución del problema a esas acciones sería ingenuo, pero algo se tiene que hacer en el colegio. El psicólogo, los tutores, los maestros, los auxiliares. La conducta de un alumno es como un termómetro de lo que ocurre en su hogar. Es un reflejo de lo bien o mal que marcha no solo la familia, sino también la sociedad. Precisamente, es necesario hacer algo a nivel de sociedad. Y esa tarea ya es competencia del Estado. Porque lo que digo y escribo siempre lo firmo.