
El viernes 16 de mayo, la capital del extinto Imperio Otomano acogió a las delegaciones rusa y ucraniana para poner fin a una guerra de cuatro años. Pese a las expectativas, los resultados fueron magros: apenas un intercambio de mil prisioneros por bando, estudiar una tregua por 30 días y el ánimo de reunirse otra vez. En verdad, no había casi nada que negociar. Las partes tienen posturas diametralmente opuestas. La cita fue un acto de histrionismo destinado a disfrazar la ausencia de un diálogo auténtico.
En efecto, aunque evidentemente Ucrania ha perdido la guerra, Volodímir Zelenski, sus mentores de la Unión Europea y la OTAN se niegan tozudamente a admitirlo. Rusia, por su lado, demanda la verdad de los campos de batalla, adjudicándose los territorios ganados de Crimea y el Donbás. Igualmente, exige la neutralidad ucraniana, renunciando a tropas extranjeras y armas nucleares capaces de poner en riesgo la seguridad de sus fronteras. Recordemos que tres años atrás, en marzo del año 2022, al comenzar la “operación militar especial rusa”, la antigua Constantinopla también fungió como escenario para las tratativas que impidieran la prolongación del conflicto. En aquella oportunidad, se esbozó un acuerdo preliminar donde Ucrania optaba por la neutralidad, no ingresando a la OTAN.
En tanto, Rusia se limitaba a plantear una nueva constitución de tipo federal capaz de proteger a la población de Donetsk y Lugansk, rusófona en su mayoría y gravemente afectada. Sin embargo, el belicismo europeo y el gobierno de Biden hicieron estallar dicha posibilidad. Boris Johnson, entonces primer ministro de Gran Bretaña, fue comisionado para tal propósito. Este flagrante sabotaje demostró que la paz era lo último que importaba.
Que el golpe de Estado del 2014 en Ucrania, el Euromaidán, que Occidente maquinó, fue para hostilizar a la población prorrusa y provocar la intervención de Rusia. Que la entrada en la OTAN no buscaba defender a Ucrania, sino colocar misiles en la frontera rusa, afectando su seguridad. Que el verdadero objetivo de esta guerra ha sido la humillación de Rusia, debilitar su influencia geopolítica, incentivar el caos interno y someter su economía a intereses comerciales foráneos. Pero el maquiavélico plan fracasó. Rusia no sucumbió ante el ejército ucraniano ni los miles de mercenarios financiados por EE.UU. y la UE, y armados por la OTAN. Mintió la propaganda que se regodeaba con una supuesta obsolescencia de las FF.AA. rusas.
Al contrario, Rusia afinó su estrategia y ahora es imposible negar su victoria. Donald Trump se ha rendido ante lo obvio y se niega a continuar la aventura. Únicamente, la angurria europea, cuestionada en sus países, empuja al irresponsable Zelenski a un holocausto inexorable.
(*) Abogado constitucionalista.