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El Día de la Madre

Por: Luis Gonzales Posada

El Día de la Madre es una fecha hermosa, de dulces y tiernos recuerdos, de acrecentada y resplandeciente gratitud a todas las madres, especialmente a quienes no están con nosotros, pero que nos siguen acompañando y dando valor a nuestra existencia. Pasado y presente. Vida y muerte; una mágica simbiosis espiritual, única, irrepetible, se produce en esa relación, como si el cordón umbilical se mantuviera conectado para siempre entre madres e hijos.

Están a nuestro lado en las oraciones, en la evocación de momentos dramáticos de la vida, pero también de alegría. Simplemente no se van, nunca lo harán. Recuerdo una pequeña historia sobre un hijo pérfido contratado para asesinar a su madre y traer, como prueba, el corazón en una caja. Así lo hizo, y después de cometer el crimen inició la caminata de retorno para entregar la prueba de su maldad. En el camino, el delincuente tropieza, cae aparatosamente y la caja se abre.

El asesino, en el suelo, golpeado, escucha una tierna y angustiada voz que, desde el interior del ensangrentado cofre, pregunta: “Hijito, ¿te hiciste daño…?”. Recordemos que en el Perú el Día de la Madre se instituyó por admirable iniciativa de un grupo de estudiantes sanmarquinos integrados en el “Centro Universitario Ariel”, compuesto por poetas, escritores e intelectuales de vanguardia. Mi padre, Carlos Gonzales Posada, alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Marcos, formaba parte de ese grupo con su entrañable amigo y después compañero de partido Carlos Alberto Izaguirre, entre otros jóvenes.

En una de las asambleas, los arielistas acordaron dirigir una carta al presidente de la República, Augusto B. Leguía, solicitando la consagración oficial de esa fecha. La propuesta fue transmitida al jefe de Estado por C. A. Izaguirre, a quien Luis Alberto Sánchez calificaba de persona “caritativa e idealista, bondadosa y mística”, que no se reponía del reciente fallecimiento de su progenitora.

Para los promotores constituyó una grata noticia ver publicada en el diario oficial la Resolución Suprema 677, del 12 de abril de 1924, con el siguiente texto: “Vista la solicitud que formula el ‘Ateneo Universitario Ariel’ de esta capital, sobre la constitución del ‘Día de la Madre’. Estando a lo acordado. Se resuelve: Declarar día solemne, bajo la denominación de Dia de la Madre, el segundo domingo de mayo”.

A ellos, a los arielistas y al presidente Leguía, va nuestro recuerdo y gratitud por haber escrito una página de bondad en la historia de la República. Este Día también rendimos homenaje a las madres vivas. En mi caso, al trabajo humanitario desplegado durante 40 años por mi esposa, Marilú de Cossio, a través del Instituto Mundo Libre, organización de la cual es fundadora-presidenta.

En ese largo tiempo y sin recibir apoyo económico del Estado, ha logrado rescatar de las calles a centenares de niños y niñas abandonados, consumidores de drogas y sujetas a la explotación sexual y laboral. Son 3,700 los beneficiados en un programa de rehabilitación considerado de los más exitosos del mundo, recibiendo, por ello, numerosas distinciones.

Entre otras, el Premio de Humanitarismo de la Unión Panamericana de la Salud, recibido en Washington DC, y el Premio a la Sociedad Civil, concedido por Naciones Unidas. Y, en nuestro país, el Congreso de la República otorgó la Medalla de Honor en el grado de Gran Oficial y la Municipalidad de Lima la Medalla de la Ciudad.

Inolvidable también su actuación para coordinar operaciones de cataratas del programa “Ver para Creer”; por conseguir alimentos y atención médica a poblaciones pobres de Ica y conseguir que médicos norteamericanos vengan al Perú a operar a docenas de personas con labios leporinos y otras enfermedades. En suma, una luchadora social.

(*) Abogado

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