
La delgada línea de la cooperación en un mundo de rivalidades.
En el ajedrez complejo de la geopolítica actual, la partida entre China y EE.UU. se juega con movimientos audaces y una tensión palpable. La competencia estratégica, que abarca desde la economía y la tecnología hasta la influencia regional y los modelos ideológicos, domina los titulares y alimenta la narrativa de una nueva Guerra Fría. Sin embargo, en este escenario de rivalidades crecientes, ¿existe espacio para la cooperación internacional entre estas dos potencias? La respuesta, aunque matizada, es un sí cauteloso, impulsado por la ineludible realidad de un mundo interconectado y desafíos que trascienden las fronteras nacionales.
La pandemia de COVID-19, una tragedia global que no reconoció ideologías ni fronteras, nos ofreció un crudo recordatorio de la necesidad de colaboración. Aunque la relación bilateral entre Washington y Beijing se vio tensada por acusaciones y recriminaciones, la urgencia de la investigación científica, el desarrollo de vacunas y la preparación para futuras crisis sanitarias subraya un interés común en la salud global. Ignorar la experiencia pandémica sería un error estratégico con consecuencias catastróficas.
El cambio climático representa otro imperativo para la cooperación.
Como los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero del planeta, la inacción o la confrontación en este frente condenaría los esfuerzos globales por mitigar una amenaza existencial. Si bien las negociaciones climáticas han sido históricamente complejas y a menudo politizadas, la creciente evidencia de los impactos del calentamiento global podría generar una renovada voluntad de colaboración, aunque sea en áreas específicas y con objetivos pragmáticos.
La estabilidad financiera global resulta esencial.
Las políticas económicas de las dos mayores economías del mundo tienen un impacto directo en el sistema financiero internacional. Una escalada de tensiones económicas sin mecanismos de diálogo y posible coordinación podría desestabilizar los mercados y perjudicar a la economía global en su conjunto. Incluso en áreas sensibles como la no proliferación nuclear o la lucha contra el terrorismo transnacional, donde las perspectivas e intereses pueden diferir, existen puntos de convergencia. Ambos países comparten el objetivo de evitar la propagación de armas nucleares y de combatir amenazas que trascienden las fronteras estatales.
La cooperación significativa no está exenta de obstáculos.
Las diferencias ideológicas profundas y la intensa competencia estratégica actúan como poderosos contrapesos. El nacionalismo exacerbado y las consideraciones de política interna en ambos países limitan la flexibilidad de sus líderes para comprometerse en una colaboración genuina.
La clave reside en identificar áreas de interés mutuo donde los beneficios de la cooperación superen los costos políticos y estratégicos. Se requiere un enfoque pragmático, dejando de lado la retórica inflamatoria y centrándose en resultados tangibles. La cooperación no implica necesariamente una alineación ideológica o una disminución de la competencia, sino más bien la búsqueda de soluciones conjuntas a problemas que afectan a la humanidad en su conjunto.
En última instancia, la capacidad de China y EE.UU. para tejer una red de cooperación internacional, incluso en medio de sus rivalidades, definirá en gran medida el futuro del orden global. El planeta observa, esperando que las dos potencias más influyentes del siglo XXI encuentren la manera de tender puentes en lugar de construir muros.
(*) Comunicadora digital, filósofa, periodista colegiada, docente, empresaria, estratega, mujer política del siglo XXI.
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