
El senado de Brasil acaba de aprobar un proyecto de ley que regula el uso de dispositivos electrónicos, entre ellos los celulares, en las escuelas de educación básica, con el propósito de proteger la salud mental y física de los niños y adolescentes. El proyecto prohíbe el uso de los celulares durante las aulas, recreos y los intervalos, sin embargo, permite su uso para fines pedagógicos o en casos de emergencia cuando la salud del estudiante esté en peligro. En 2023, en Perú se presentó un proyecto similar para prohibir el uso de los celulares en las aulas que, luego de un debate, no logró prosperar.
Ese año, los defensores del proyecto afirmaban que los dispositivos electrónicos facilitaban el acoso escolar y que la exposición continua y prolongada a las pantallas afectaba la salud física y mental de los alumnos. Pero el argumento más potente era que distraía y reducía la atención de los niños y los adolescentes. Se sabe que, en promedio, cada alumno recibe unas 100 notificaciones en el celular durante el horario escolar.
Eso, junto a la cantidad y velocidad de información superficial a la que acceden los estudiantes los mantiene en un estado constante de intoxicación informativa, reduciendo sus capacidades de prestar atención a lo que sucede en su entorno. Los congresistas que estuvieron a favor del uso de los dispositivos electrónicos en el interior del aula señalaron por su parte que tener acceso a la información en todo momento es una ventaja que, bien canalizada, puede hacer la diferencia en el desempeño y aprendizaje de los estudiantes.
En un país con una marcada desigualdad en el acceso y uso de la tecnología, prohibir su uso en las aulas es bueno o malo. Si bien el celular y las tabletas constituyen en algunos momentos distracciones en el aula, tienen un enorme potencial como herramientas de aprendizaje. Integrarlos en el proceso educativo, con una metodología pedagógica adecuada, puede convertirlos en aliados del conocimiento. Sin embargo, esto implica un cambio en las metodologías de enseñanza.
No se trata de usar los dispositivos por usarlos, sino de convertirlos en recursos que favorezcan la participación activa, la colaboración y el aprendizaje significativo. Aquí es donde la autonomía y la responsabilidad individual entran en juego. Los estudiantes deben aprender a autogestionarse y usar los dispositivos de forma responsable, discerniendo cuándo y cómo utilizarlos para su aprendizaje. En este proceso, los docentes deben ser guías que orienten a los estudiantes en el uso responsable de las tecnologías, brindándoles estrategias para aprovecharlas al máximo en su formación.
Transformar los celulares en herramientas educativas es un desafío que requiere un esfuerzo conjunto. Docentes, estudiantes, familias y autoridades deben trabajar en equipo para crear un ecosistema digital donde la tecnología se ponga al servicio del aprendizaje y no solo sea visto como un problema.
*Presidente de la Corte Superior de Justicia de Ucayali.